miércoles, 28 de marzo de 2012

Al Cielo con Ella



Decir que Sevilla es la Tierra de María Santísima no es una frase creada desde el tópico o la desfasada rima “pregoneril”. Aquí si algo ha sido perseverante a lo largo de los años es que, afortunadamente, siempre hemos vivido instalados en el matriarcado. Parece por tanto de lógica que esta sea la Tierra de María y además Santísima. Por estos lares ser madre, santa y sevillana se nos ofrece como un triangulo sentimental donde muchos de nosotros – almas sevillanas errantes- nos hemos apoyado desde la infancia para caminar por la vida. Los sevillanos son madreros por vocación y condición. En mi niñez recuerdo un dicho que se repetía con cierta asiduidad: “Los padres mantienen y las madres educan”. Fue una época terrible donde mandaban la miseria y las privaciones. Pues ahí estaban ellas para multiplicar, sin ayuda divina, los panes y peces con los raquíticos sueldos (entonces llamados jornales) de sus maridos. Las vírgenes sevillanas reciben múltiples advocaciones y cada uno tendrá alguna de especial significado sentimental. La mía, por razones obvias, sabe a menta y canela. Nardo y gladiolo. San Nicolás y Alfalfa. Martes Santo y Jardines de Murillo. Abuela, madre e hija. Candela y escalofrío. Saeta y “chicotá”. Caramelos de Mauri y capirote de la Alcaicería y, a lunes de reencuentros azul y plata. Elementos todos anclados en la memoria sentimental que, en definitiva, responden al magnético nombre de: Candelaria. El pasado lunes ya estaba montado su trono andante sevillano, huérfano todavía de su divina presencia. Sin flores ni velas rizadas y anhelante en su rachear de calles, plazoletas, jardines, balcones y saetas. Todo llegará y también, inevitablemente, todo pasará. Ella seguía en su altar de culto impartiendo consuelo a través del halo de luz de su belleza deslumbrante. La noté con una guapura arrebatadora (la Candelaria más que bella es, al sevillano modo, esplendorosamente guapa). Dentro de muy pocos días cruzará, un año más, el pórtico de San Nicolás y notará en su plazoleta sentidas ausencias y gozosas nuevas incorporaciones. Sabe que la esperaré en la “Cabeza del Rey Don Pedro” y disculpará la ausencia de mi hija en su cortejo candelario (Ella entiende que un embarazo ya de siete meses son palabras mayores). Le pediré por aquellos a quienes quiero y me quieren bien. Vivimos en un continuo sobresalto por el chorreo continuo de bajas. Dicen que es Ley de vida aunque yo pienso que es más bien Ley de muerte. La veré desaparecer por la calle Candilejos buscando su epicentro sentimental: la Alfalfa. Después la seguiré a distancia para ver su discurrir por el entramado urbano del Centro de la Ciudad. Ya verla recogerse escapa a mis posibilidades físicas de cómodo sesentón. La calle San Fernando con su entrada en la aduana florida de los Jardines marcará mi tiempo de despedida. Una frontera, lindante con las murallas del Alcázar, que a Ella la llevará a la Puerta de la Carne y a mí a la búsqueda de un taxi que me devuelva a mi “cueva”. Los tiempos han cambiado de manera muy notable: antes yo era “el hijo de Encarna la del zaguán” y ahora me conocen por el vecino del Sexto B (las señas de identidad resueltas con números y letras). Apuraremos estas prorrogas que Dios nos va concediendo para seguir recordando –mientras podamos- aquello que la Candelaria nos muestra cada Martes Santo: volver a ser niños ilusionados recuperando el paraíso de las cosas verdaderamente importantes.

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