miércoles, 19 de septiembre de 2012

El dorado llanto del cisne


Era lo que era y nosotros, los niños de su generación, no supimos verlo hasta más tarde. Lo considerábamos “raro” no solo por no compartir nuestros juegos y “cafrerías” sino, fundamentalmente, por preferir jugar a las muñecas y a las “casitas” con sus hermanas y las amiguitas de estas. Nuestras madres poco nos aclaraban ante nuestras dudas y preferían, en su papel protector, cubrir el tema de Manolito con un tupido y rosa velo. Creció en la soledad de los que no encuentran ubicación en ninguna de las dos aceras. Tuvo la suerte de que su madre se quedara viuda muy temprano pues su padre, un primate inmisericorde, hubiera tratado de reconducirlo a golpes de palo. Dada su brillante mentalidad y un talento inconmensurable empezó, de muchacho, a destacar en cuantas empresas acometía. Primero, como escaparatista de la extinguida “Galerías Preciado” y luego como un diseñador de moda de altos vuelos. Dos veces estuvo detenido al aplicársele la “Ley de vagos y maleantes”. Una, por darle en la calle un beso en la boca a un cabo de “La Legión” que tuvo una temporada como novio. La otra, por probarse un traje de flamenca de su hermana y salir a la calle vestido de tal guisa. Resumiendo: le detuvieron simple y llanamente por el “delito” de ser maricón (así se expresaba en los expedientes policiales). Lo obligaron a hacer la “mili” en el Regimiento Ligero Acorazado Montesa-3 de Ceuta y allí, según me comentó más tarde, conoció el infierno de cerca. Siendo muy joven decidió poner tierra de por medio y se marchó a coser y diseñar por esos costureros de Dios. Francia, Inglaterra. Bélgica, Argentina y, finalmente Brasil, donde se quedó definitivamente a vivir. Hoy es un afamado diseñador considerado entre los más laureados del continente americano. Diseña los vestidos más lujosos y espectaculares del “Carnaval de Río” y en su empresa trabajan no menos de trescientas personas. Nunca le perdió el hilo sentimental a Sevilla y siempre, absolutamente siempre, tuvo a dos señoras en su corazón: su madre Concha y María Santísima de la Candelaria. Baja al sur de España al menos dos veces al año y siempre me llama para tomarnos un café y rememorar recuerdos de la infancia. La última vez, el pasado mayo, le regalé enmarcada una foto de la Candelaria (con la autoría del maestro Santi Pardo) y créanme si les digo que se emocionó profundamente. Es un fiel testigo de una época donde primaba la represión hacia “los raros” en todas sus variantes. Nunca, de todas formas, le observé ningún atisbo de rencor hacia nadie. Es un asiduo lector de los “Toma de Horas” y dice que los mismos cubren en parte su nostalgia de sevillano errante (solo por eso ya merecería la pena la existencia de este Blog). Hace un mes lo entrevistaron en un suplemento dominical y sus respuestas eran, aparte de clarividentes, de un gran calado sentimental y humano. Recordaba de su pasado solamente aquello que le indujo a la felicidad y me citaba, personalmente, entre las pocas personas que supieron comprenderlo desde la diferencia. Los “raros” de mi generación lo pasaron francamente mal. A los “afeminados” la sociedad en su conjunto y la parte “machote” de sus familias los criminalizaban sin piedad. Eran cisnes dorados llorando melancólicos en el lago de la incomprensión. Sus madres, las madres de los “mariquitas” sevillanos, fueron unas verdaderas santas. Los protegieron contra viento y marea y compartieron con ellos sus pocos días de rosa y sus muchas noches de espinas.

No hay comentarios: