jueves, 13 de septiembre de 2012

Muleta o bastón, he ahí la cuestión

 
En los diferentes entornos en los que transcurre mis días y mi vida está pasando algo verdaderamente preocupante. Dejas de ver a algún conocido durante una breve temporada y te puedes llevar dos tipos de sorpresas: una mala y otra tirando a regular. O bien te comentan que el ausente ya lo será para siempre, o te lo encuentras caminando apoyado en una muleta. En un breve dialogo te resumirá los avatares que le han llevado a pertenecer al complejo mundo de los lentos. Algunos tienen esperanzas y opciones de soltar la muleta en el Patio de Cuadrillas de la Real Maestranza y, otros pelean por no sustituir –empeorándolo- el artilugio que los sostiene. Debe ser cosa de la edad, la mucha edad que ya vamos arrastrando, pero sinceramente uno no puede olvidarse de las barbas del vecino y el pertinente remojo. El último caso que conozco es el de un vecino y excelente persona llamado Baldomero. Afortunadamente su cojera parece ser que le dejará pequeñas secuelas, pero podrá volver a caminar sin necesidad de su actual soporte complementario. Su accidente –pues de eso se trata- fue debido a un tirón que le pegó de improviso su perro “Hugo” y que terminó con Baldomero rodando por los suelos. Su hijo, para que no se aburriera en su vejez, le regaló a Baldomero un cachorro de “pastor alemán”, el mismo que creció de una manera desmesurada. “Hugo” con tan solo cinco meses tenía el pecho como la trasera del autobús de Los Amarillos que hace la ruta Sevilla-Lebrija. Decir que Baldomero sacaba a pasear a su perro es mucho decir. Aquello más que un paseo era unas especie de combate de lucha grecorromana donde, evidentemente, Baldomero tenía todas las de perder. El perro tiraba y tiraba y el pobre de Baldomero se acordaba blasfemando de todo lo divino y humano (especialmente de “su niño”). Un día antes del aterrizaje en las losetas de la calle me lo encontré jadeando (Baldomero, no el perro) sentado en el poyete de su portal. Me acerqué para saludarlo y me dijo resoplando y a duras penas: “Chiquillo, este hijo de la gran p… va acabá conmigo. No podía el niño haberme regalado un canario”. También veo que se ha puesto de moda entre los “colegas” transeúntes del Centro sombrero y bastón (yo de momento solo pertenezco al “clan” de los primeros). Es gratificante cruzarte con una dama conocida y hacerle un ademán caballeroso tocándote el ala de tu sombrero. Lo cantaba Camarón en una Sevillanas prodigiosas: “Me vi a hace unos zapatitos del ala de mi sombrero….”. Por imperativo de la vida y, más concretamente, del discurrir de los años, todos seremos usuarios de muletas y/o bastones. Me acuerdo de un trío de bailaores fastuosos, “Los Bolecos” (Farruco, Rafael “el Negro” y Matilde Coral), donde comenzaban cada actuación con un acompasado golpeo de bastones. Aquello era como para volverse loco. ¡Que manera más flamenca y artística de utilizar un bastón! Fueron en 1970 “Premio Nacional de Baile” de la Cátedra de Flamencología de Jerez. En fin, esperemos que para nosotros las muletas (no toreras) y los bastones sigan durmiendo el sueño de los justos. Cuando nos toque habrá que aprender a caminar a “tres patas”. Siempre nos quedará un dilema: ¿bastón o muleta?

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