El Flamenco y Andalucía se retroalimentan de la misma fuente: la verdad pura y desgarrada de la tierra. Es difícil imaginar una cuna para el Flamenco que no fuese Andalucía. Ambos vienen del mismo llanto y ambos se nutren del mismo gozo para existir. Triana, Jerez, Cádiz y los Puertos como núcleos primarios de Cantes y Cantaores. Sevilla como reluciente crisol donde todo queda definitiva y magistralmente rematado. Málaga, Granada, Almería, Córdoba y Jaén como espejos relucientes donde el Flamenco se refleja en la plenitud de su hermosura. Huelva, cuna del Fandango y amorosa Madre del Descubrimiento por ultramar, aporta mares y sierras para que el Flamenco vuele libre del pecado de la impureza. Cantó, canta y cantará Andalucía mientras el aire susurre su letanía de siglos por sus olivos; sus olas se rindan dibujando encajes por sus playas; sus vírgenes salgan a la calle para demostrarnos como se conjuga dolor y belleza y un solo andaluz, ahíto de gozo y pena, canté enamorado a la luna para encontrar respuesta a su existencia. La verdad flamenca, como Andalucía, es Madre y Señora. Nos llega palpitando emociones al alba por las veredas del alma y se duerme lentamente en las madrugadas de navajas afiladas. Cada Cante y cada Cantaor simbolizan un solo universo en si mismos. El Flamenco se enseñorea en sus mágicos acordes y la palabra traspasa el verbo hasta convertirse en Cante. El amor, eje vertebrador de la existencia humana, queda reflejado en el Arte Jondo en su faceta más descarnada: el desamor. No hay más pero tampoco menos. El hermetismo en los origines de Cantes y Cantaores no hace más que incrementar su necesario halo de misterio.
Andalucía más que tierra de grandes e insignes poetas –que también- es poesía en si misma. La pena amarga de los días eternos contextualizada en los pentagramas del Flamenco. El gozo por la dicha de vivir en armonía con Dios, la Naturaleza y los hombres plasmado en los lúdicos Cantes festeros. Canta Andalucía y el Dios del Universo asiente satisfecho desde las barandillas del Cielo. Quítale a Andalucía el Cante, la Copla y los Toros y los poetas mantendrán permanentemente sus hojas en blanco; los músicos enmudecerán perdidos entre las sombras de la noche y el hombre levitará ante su atávico desconsuelo de siglos. Andalucía cantaora como ejemplo paradigmático de que no todo está perdido. Canta el andaluz para que su eco vuele libre por mares y montes. El llanto amargo de las enlutadas mujeres andaluzas plasmado en un quejío por Siguiriya. La aguda espina del deseo clavada en el palpitante pecho de una adolescente aliviada a compás de Tangos. La cuna de un nuevo andaluz nacido a la vida mecida por Alegrías. La sentencia solemne y sabia de los surcos de la tierra al compás de Soleá. Canta Andalucía por Tientos y las ropas al soleo se bambolean armoniosas al aire de la mañana. La tierra, siempre la tierra, como ejemplo rotundo e inmisericorde de que el hombre muere en vida cuando lo enmudecen. Cantes de ayer, del hoy y del mañana envueltos en el halo protector de la Madre Andalucía. Andalucía cantaora mostrándole al mundo de manera inequívoca que el dolor también encierra su cuota de belleza. Una queja estremecida y lastimera o un rítmico estruendo de alegría para plasmar la vida en clave flamenca. “La Soleá bien templá / la Siguiriya doliente / el Taranto visceral / y los Fandangos valientes. Andalucía cantaora navegando por los mares de los sueños con sus velas henchidas de gozo y pena.
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