Demostrado queda, lamentablemente, que muchos seres humanos necesitan nutrirse de la inquina para su ruin existencia. Para ellos, la necesaria dosis de bondad, solidaridad y equidad que da auténtico sentido a la existencia humana ni está ni se le espera. Esa “mala gente que camina y va apestando la tierra” que escribía Antonio Machado. Les mueve y se mueven por el resentimiento hacia todo el que no piensa como ellos o, en definitiva, no les limpia su falso y efímero trono de usurpador. No tiene límite su discurso descalificatorio y, lo peor, es que siempre encuentran pusilánimes “compañeros de viaje”. No han podido traspasar el umbral de la mediocridad y su autocomplacencia ya no encuentra espejo donde mirarse. Algunos “articulistas” del periodismo español actual (del Flamenco ni les cuento) son un fiel reflejo de estos especimenes “intelectuales de salón”. Los mismos que intentan su consagración con críticas tan demoledoras como injustas (hacer una crítica constructiva sobre algo o sobre alguien es absolutamente legítimo. Entrar en los terrenos de las descalificaciones personales es sencillamente repugnante). La Crítica flamenca –con alguna que otra destacada excepción- en Andalucía es bastante decente y creíble. Manolo Bohórquez, crítico de “El Correo de Andalucía”, representa para mí cuantos valores debe atesorar una buena crítica flamenca. Va siempre de frente y por derecho con su enorme caudal de conocimientos flamencos (conseguido a través de vivencias; “combebencias” y muchísimas horas de hemerotecas). Dice lo que piensa libremente sin tener por ello que añarar los DNI de los artistas. No es la primera vez que tengo que escribir que mi relación con el Flamenco es, fundamentalmente, desde mi doble condición de aficionado y estudioso (siempre por ese orden). Colaboro desinteresadamente con una Compañía Discográfica en tareas de coordinación y producción prestándoles algunas horillas al año. Lo hago de manera altruista y así ayudar a una de mis necesidades existenciales-espirituales: el Flamenco. Esto no es óbice para que, de cuando en cuando y a través de “mensajeros”, me llegue alguna andanada con su correspondiente carga de mala uva (se me ha dado el caso de que me “pongan a parir” por alguna grabación flamenca en la que ni siquiera había intervenido). Afortunadamente con los años vas adquiriendo madurez y aprendes a valorar los comentaristas y desdeñar los comentarios. En definitiva: quien lo dice y no lo que se dice. No ofende quien quiere sino quien puede. Todo lo resumo en una ecuación existencial: cosas y personas que me interesan y cosas y personas que no me interesan. Vivo –y he vivido- al margen de esta desosegante manera de encarar la Cultura. Se retroalimentan de la falsa polémica en un intento de hacerse los dueños del “Cortijo”. Paso de ellos como Drácula de los crucifijos. Llevo una vida placentera y ordenada (alterada por las “huestes” de Rajoy) leyendo, escribiendo, escuchando música, viendo cine, disfrutando de mis nietos y mi “gente”, plasmada en diarios paseos por la zona sevillana donde transcurrió mi infancia y juventud. Desposeído de cargas laborales ya era hora de ponerme el alma en bandolera. Asumo plenamente lo que escuché un día en Sanlúcar al reciente Premio Cervantes, don José Manuel Caballero Bonald: “Cada día amo más al Flamenco y menos a los flamencos”. Sin animo de enmendarle la plana a tan sabio Maestro yo añadiría: “Sobre todo a algunos “plumillas” del Flamenco”.
viernes, 18 de enero de 2013
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