En la España actual –y en Sevilla no digamos- la felicidad está al alcance de muy poca gente. A los muy millonarios siempre les parecerá corto su botín. Aquellos que se sientan en las poltronas del Poder –político y financiero- notan moverse bajo sus pies la efervescencia callejera. Dentro de cualquier colectivo, de los que por suerte aún trabajan, nadie está contento con su status actual. El que trabaja vive atemorizado y el que quiere y no puede trabajar vive desesperanzado. En la actualidad el entorno familiar y/o personal está seriamente deteriorado por la dramática situación social –y política- que padecemos. Durante la efervescencia comunista se decía que: “Un Fantasma recorre Europa”. Ahora, más que fantasmas, los que mandan en nuestras vidas y haciendas son “fantasmones” ebrios de poder e impregnados de irracionalidad. ¿Podemos por tanto decir que la felicidad existencial se ha marchado de esta castigada Sevilla? ¿No existen sevillanos felices y ajenos a su propia realidad cotidiana? Los hay y en cantidades nada desdeñables. Les ha llegado su momento de gloria a los bobalicones y a los pasotas. Los primeros, anclados en su pertinaz capacidad para no enterarse de cuanto pasa en su país, su región, su ciudad y su casa. Pero eso si: “Viva mi Beti güeno” o “Sevilla hasta la muerte”. Son bobos integrales sacrificando su candidez existencial en los altares de los Sacerdotes de la mala praxis política. Carne de cañón para arribistas, oportunistas y demagogos. Durante el periodo franquista sutilmente les impusieron un concepto -que aún perdura- y que inocentemente consideran de cosecha propia. Decían y dicen: “Yo paso de política” (lo malo es que los políticos nunca pasan de ellos). El simplismo se ha apoderado de sus vidas y nada ni nadie pueden conseguir que tomen conciencia de su situación y la de su entorno. Los segundos, los pasotas, están viviendo su “Edad de Oro”. Pasan de todo, prioritariamente de asumir cualquier tipo de responsabilidad. Evidentemente, del Gasto y el Consumo (fruto del esfuerzo y el trabajo de otros) no pasan. Conozco casos de hijos de gente conocida que a sus ¡treinta y dos años! aún no se han estrenado laboralmente (tampoco, evidentemente, han completado ningún tipo de estudios. En España hay más de un ¡millón de jóvenes! con más de veinticinco años de edad sin haber completado estudios básicos ni haber trabajado un solo día de su vida). Dicen, eso sí, que la culpa es de la “Crisis de los cojones”. Hoy ya tienen la coartada perfecta y viven encantados de haberse conocidos. Cuando le apuntan la posibilidad de trabajar en el extranjero siempre sueltan la misma frase: ¿Afuera me voy a ir yo? Que se vaya er Rajoy con to sus….”. Hoy, con el sambenito de lo “Políticamente correcto”, estamos aprisionados en nuestra Libertad de expresión. Decir algunas cosas que resultan evidentes a todas luces es seriamente comprometedor. En definitiva, la Crisis que padecemos es consecuencia –entre otras muchas razones- de la actitud pasiva de bobalicones y pasotas. Ni los bancos han regalado nunca nada gratis ni los políticos –de cualquier signo y condición- han cumplido nunca sus promesas. He conocido hombres que han peleado denodadamente toda su vida por la defensa de las libertades siendo, en vida, señalados y vilipendiados por los mismos que luego se beneficiaron de su lucha. En Sevilla los bobalicones y los pasotas deberían ser especies protegidas para asombro y desconcierto de cuanto nos visitan. Nunca una barca pudo avanzar sin remar con fuerza y nuestra Ciudad, lamentablemente, de buenos y esforzados remeros anda cortita.
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