Mi padre corta tableros con su serrucho mientras cantiñea por lo bajini un cante por Fandangos de Canalejas de Puerto Real (“Con sangre de quien te ofenda / tengo que regá tu calle / más si te ofende mi mare / llévalo tu con paciencia / de ella no puedo vengarme”). Mi madre lava en el patio junto a un pilón circundado por latas recicladas en floreros. Mi hermano arregla la cadena de su bicicleta situándola al revés en el suelo. Mi abuelo lee sentado al sol un libro con poemas de Gustavo Adolfo Bécquer. Mi abuela, de riguroso luto, hace punto sentada en su mecedora al final de un corredor con olores a bolitas de alcanfor y alhucema. Lola Montes se mira en el espejo y se pone en su róete una moña de jazmines para ir a ver al Señor del Gran Poder. Mi tía Carmela borda en su bastidor las estrellas de la bocamanga de un recién estrenado Teniente de Artillería. Antonio Fernández Montes restaura, en la puerta de su “cuarto”, un retablo antiguo encargo del anticuario Pepe Saavedra. Amparito “la Planchadora” dobla amorosamente sus recién planchadas camisas para llevarlas a los “Almacenes Peyré”. Isabelita “la del Lappi” se asoma a la ventana para ver llegar a su marido en bicicleta desde la Central Térmica. Los gatos, en los pretiles de las azoteas, dormitan alguna de sus siete vidas al sol. Salvador y Rafael Reina llevan a Amparo, su madre, a la “Casa de Socorro del Prado” con un fuerte dolor en un costado. “Yeye” Martínez Raposo bascula vaporosa en su mecedora flotando como una alada mariposa. Manolito “el de la Tranviaria” me apremia para jugar a la pelota en las Mercedarias. El carro con la leña para los Ybarra desembarca su maderera mercancía. Las campanas de San Nicolás tocan acompasadas llamando a misa. Rafael “el del Vino” ve orgulloso acicalarse en el espejo a su guapísima hija Carmelita (futura esposa de Miguel el de los “Hermanos Reyes”). En la cal de las paredes se refleja el resplandor dorado de la tarde. Pili “la de Parralo” pela a su abuela sentada al sol en su silla de enea. Pepe Fernández Montes torea de salón en el patio soñando con el albero maestrante. “Caralápida” pasa con maestría su muñequilla de charolista sobre un mueble bien de una casa bien de Los Remedios. Las niñas juegan al coro y nos recuerdan cantando lo que eternamente le dicen los barqueros a las niñas bonitas. La Plaza de las Mercedarias espera ansiosa la llegada de un tropel de niños rompedores de pelotas de trapo. Por la calle San José el sol de la tarde levanta su dorada mirada y se posa complacido en el azulejo de la Candelaria. Las monjitas del Convento de Madre de Dios rezan entre dientes mientras preparan la masa para sus dulces. Hoy, precisamente hoy, estamos a 15 de marzo de 1958. Es un sábado de una tarde primaveral en mi “Corral de vecinos”. Todo estaba por estrenarse y todo, absolutamente todo, estaba por descubrir. Muchos y muchas de los aquí citados forman ya parte de mi –nuestra- memoria sentimental. La magdalena de Proust siempre golosa dándonos vueltas en el paladar de los recuerdos. La tarde se iba muriendo lentamente y nosotros, los “niños del pan con azúcar”, corriendo en desbandada ante la súbita aparición de un “guindilla” (de niño ya empezamos a correr delante de los guardias y de viejo tendremos, por los injustos “Recortes”, que volver a hacerlo). Se acabó bruscamente el partido de pelota y también este “Toma de Horas” atado a un pasado con olor a café de pucherete y blancas sabanas tendidas al sol. Suena a la lejos la flauta del afilaor y este sufrido país nuestro vuelve –lamentablemente- a afilar de nuevo cuchillos y tijeras.
miércoles, 9 de enero de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario