Con el paso de los años he llegado a la conclusión de que la amistad es
uno de los mayores tesoros que recibimos en nuestra andadura terrenal. Divino y
eterno tesoro. Amigos, los amigos, con los que compartimos gozos y penas e
ilusiones y fracasos. La vida en cada
etapa nos va cubriendo las bajas de los amigos de siempre con otros que llegan
unas veces para quedarse y otras por un corto periodo en el tiempo. Pero, como
todo en la vida, la antigüedad es un grado. Los amigos de la juventud son los
más recordados ya que estaba todo por estrenarse y la vida era un hermoso juego
donde pensabas (pensábamos) que la flecha de la ruleta de la vida siempre
caería de nuestro lado. Luego las circunstancias de cada uno se van imponiendo
sobre nuestras vidas en común y, lamentablemente, en algunos casos aparece la Dama de la Guadaña para, abruptamente, terminar con todo
(y con todos). Nombres que permanecerán grabados para siempre en mi memoria
sentimental como los de de Fernando Lappi,
Antonio Pérez, Manolito Carramolino, Manuel Agar, Rafael Brotons, Manolito Amores…. y algunos más que permanecen
anclados para siempre a los pies de La
Candelaria. Con el paso de los años
muchos de tus grandes amigos ya solo son los testimonios sepia de una foto
playera de juventud o el de una canción de The
Beatles, Serrat, Elvis o Cliff
Richard. Ellos representan y
simbolizan cuanto la vida tenía de verdad y en ellos está depositada la mejor
versión que pude ofrecer en mi juventud.
Es verdad que algo se muere en el alma cuando un amigo se va y también
lo es que sin ellos nuestra vida hubiera sido menos vida. Visito con mucha
frecuencia a la Señora de San Nicolás pues en su cara está
reflejado el antídoto contra la orfandad de cuerpos y almas. Es el camino más
corto que tengo para reunirme con mi abuela Teresa,
mi madre y mis amigos del alma. Pasaron algunos y, al final, pasaremos todos
pero…. ¡que nos quiten lo bailao!
Juan Luis Franco – Miércoles Día 21 de Septiembre del 2016
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