En esto no hay ni existe término medio. Con el paso de los años o te
vuelves un irredento cascarrabias o terminas portando la bandera de la
tolerancia y el respeto. Afortunadamente
creo estar instalado en lo segundo y cada día rehúyo “debates” o polémicas que considero estériles y poco o nada
productivas. No vendo nada a los demás
(proselitismo político, social y/o
cultural) ni compro nada que no necesite
mi cuerpo o mi espíritu. Tengo, como no podría ser de otra forma, mi manera de
pensar, sentir y actuar pero siempre dando por hecho que la verdad es un camino
con muchas veredas. Recuerdo que de joven era muy visceral y apasionado (¿se
puede ser joven sin serlo?) posibilitando que mi padre y, sobre todo, mi tío Antonio recondujeran mi comportamiento
al muelle de la templanza y la calma. No se trataba de tener la sangre de
horchata y permanecer impasible antes las tropelías y los abusos sino más bien
de actuar de manera razonable y eficaz. Nunca se ha resulto ningún problema gritando
al viento o guardándolo en el cajón del pasotismo. Antes de dar por definitivo los “Toma de Horas” siempre analizo si alguna
frase puede quedar fuera de contexto y con ello herir innecesariamente la
sensibilidad de terceras personas. La “Fiebre
del sábado noche” dura lo que dura una juventud de ilusiones en el zurrón y
de sueños compartidos. La mezquindad,
casi generalizada, que observamos y padecemos en la sociedad actual no puede
ser una coartada para nuestro comportamiento personal. La clave está en
intentar ser una buena persona y si no puedes arreglar el mundo que te
encontraste al llegar al menos no lo dejes peor que estaba. Más vale padecer
una sobredosis de “buenismo” que ser
considerado una mala persona. Somos imperfectos por nuestra propia naturaleza
pero la maldad o la bondad, en no pocas ocasiones, resultan opcionales. Creo que a esto le llaman el libre albedrío.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 14 de Diciembre del 2016
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