“¿Cuántas veces puede un hombre
volver la cabeza
fingiendo no ver nada?
La respuesta, amigo mío, está
flotando en el viento,
la respuesta está flotando en el viento”
- Bob Dylan -
Era una frase recurrente que siempre te acompañaba en el desarrollo de
tu infancia. Siempre había alguien que de inmediato te mandaba lavarte las
manos o simplemente te preguntaba… ¿Chico
te has lavao las manos? Las manos
con sus diez deditos debían estar siempre en perfecto estado de revista (mi
abuela añadía una buena limpieza en las orejas). Venias de jugar a la pelota, la lima, el
trompo o las bolas en la calle y era más que previsible que tus manos
estuvieran sucias y llenas de bacterias. ¡Dios
sabrá donde has metio las manos! te decían como argumento fundamental.
Prioritariamente era antes de las comidas cuando te exigían esta necesaria
limpieza en la terminación de tus extremidades superiores. Luego, con el paso de los años, has sido tú
quien ha sido el ordenante de que se cumpliera tan necesaria tarea de limpieza
corporal. También el tiempo te enseña que hay maneras de lavarse las manos sin
tener que mojárselas siquiera. Esta
modalidad la inició Poncio Pilato al
ver la tremenda injusticia que se estaba cometiendo contra el mayor de todos
los inocentes. Se lavó las manos para dejar testimonio histórico de que él era
un “mandao” y que se lavaba las manos como signo
inequívoco de que otros se las habían ensuciado.
¿Cuántas veces a lo largo de la
Historia hemos
visto “lavarse las manos” a gente de todo tipo y condición para poder justificar
lo injustificable? Se cometen tropelías
de todas las formas posibles pero, eso si, sus autores materiales siempre se “lavan las manos” para justificar su
pretendida inocencia. En la actualidad ya sabemos donde muchos “meten la mano” y también que al lavárselas solo desarrollan un inútil
ejercicio de cara a la galería.
Juan Luis Franco – Lunes Día 12 de Diciembre del 2016
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