viernes, 11 de mayo de 2012

Los pórticos de la Caridad


Toda iglesia sevillana que se precie debe tener un párroco, un sacristán y un indigente de cámara en la puerta. Si, además, en su seno hay instalada una Hermandad, siempre contará en su organigrama cotidiano con un incombustible “pone pegas” y un voluntarioso “pone velas”. En mis visitas “luneras” a San Nicolás me suelo parar a charlar un rato con su indigente de guardia. Es natural de Olvera (Cádiz) y se llama… (bueno esto es irrelevante). Es un hombre que denota un buen nivel cultural, además de poseer una buena dosis de información de todo cuanto ocurre por estos mundos de Dios (impagable el comentario que me hizo un día sobre la señora Merkel y su omnímodo poder sobre nuestras vidas y haciendas) Está siempre muy aseado y sus modales, acorde con una buena educación, desprenden un cierto grado de timidez y, a que dudarlo, un cierto complejo de culpa ante su actual situación de indigencia. Difícilmente te mira a los ojos y en su conversación deja traslucir un cierto halo de tristeza interior. Los viernes se pone a pedir en la puerta de la Iglesia de San Felipe Neri (en la calle Manuel Rojas Marcos y justo al lado de la “Gota de Leche”. Iglesia esta gran desconocida para el común de los sevillanos y que se abre menos que mi frigorífico). Un día lo encontré allí por casualidad y me dio toda clase de detalles sobre las obras de arte del interior de la citada Iglesia. Todas estas personas tienen, a que dudarlo, una historia –triste historia- sobre sus espaldas. Si las mismas los han condenado al último –o penúltimo- escalón de la Sociedad que es la indigencia, no han debido transcurrir de manera placentera. Hacer juicio de valores sobre ellos aparte de ruin es gratuito, pues nadie pudo nunca meterse en la piel de nadie. Es inteligente no decir nunca de “este agua no beberé” y, aún lo es más afirmar, que “de esta mano no he de comer”. Darles para un café y mostrar, sinceramente, un cierto interés sobre como les va la vida nos redime como personas. No con la intención de que nos cuenten su vida, pues debemos asumir que muchos de ellos no quieran darle marcha atrás a la moviola de los recuerdos, para no hurgar en viejas y dolorosas heridas. Nuestra tarea consiste en darles un trato acorde con lo que son: personas humanas derrotadas por las vicisitudes de la vida. Hacer que se sientan menos solos y no cuestionar si las monedillas que les damos las emplearán en otros menesteres ajenos a la comida. ¿Qué más da? Si necesitan beber o drogarse ante que comer son ellos –o sus circunstancias- quienes determinan sus prioridades existenciales. Están montando guardia junto a las puertas de nuestras iglesias solicitando diariamente nuestra dosis de caridad –solidaridad- cristiana. Posiblemente, en algunos casos, con cartelería inventada pero con una dura verdad incuestionable: pedir limosna para poder subsistir. Un “leuro”, una sonrisa y una mirada solidaria a lo Miguel de Mañara y dormiremos con nuestra conciencia algo más tranquila. Decirse cristiano es relativamente fácil, demostrarlo en nuestros actos solidarios cotidianos se nos antoja algo más complejo. “Dad y se os dará”, dejó dicho el Hijo del Carpintero.

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