Afortunadamente los derbis se han reconducido hacia lo que nunca debieron dejar de ser: una Fiesta grande de la Ciudad. Desarmados y pendientes de los juzgados aquellos que –interesadamente- impregnaron de rencor nuestro noble sentido de lo lúdico, las cosas vuelven a su cauce y sentido natural. Sevillistas o béticos; béticos o sevillistas, como una forma sentimental sevillana de sentir unos colores futboleros. No hay más pero tampoco menos. Quienes me conocen saben de mi predilección hacia el equipo de las trece barras (mi Tío Antonio me hizo socio del Real Betis con ocho años de edad) pero nunca voy a postularme como un anti-sevillista converso y confeso. El Sevilla FC es tan sevillano como el Real Betis de mis amores y, sobre todo, de mis desvelos. Tengo entre mis grandes amigos (Santi Pardo, Salva Gavira, Manolo Henares, Ángel Vela…) a sevillistas de muchos kilates, pero sabemos separar el complemento del condimento. Este último derbi lo ganó el Betis (¡ya era hora!). Fundamentalmente gracias a la astucia de Beñat. Un vasco (bajito y achaparrado) que no hizo más que continuar la extraña relación del Betis con el País Vasco (unos vascos nos dieron nuestro único titulo de Liga en 1935 y un vasco, José Ramón Esnaola, nos dio nuestra primera Copa del Rey). La Historia nos proporcionó –a los béticos- compañeros de viajes del Norte verdaderamente impensables (siempre en la memoria nuestro “Vasco de Oro”, don Eusebio Ríos). Evidentemente, los primeros en felicitarme han sido mis amigos sevillistas. A que negarlo, estoy contento, realmente contento de ver como “mi” Betis sale poco a poco de entre las inmisericordes hojas de los diteros para situarse en las antípodas de la verdad de las cosas: aquellas que vienen determinadas por la nobleza de los sentimientos y nunca por el dinero. Me alegro como bético del resultado del “Derbi” y, lo más importante, me congratulo como sevillano del discurrir del prologo, desenlace y epílogo del mismo (que un puñado de cafres sacaran a relucir sus manidas armas de intolerantes no puede empañar el conjunto de lo vivido). Configuremos entre todos una Ciudad tolerante en lo político; lo social; lo cultural y lo deportivo. Que quien gane sea siempre Sevilla. Será difícil pero nunca una tarea imposible. Vivimos tiempos realmente complicados en la Ciudad donde la mera supervivencia – para muchos sevillanos- es una tarea que viene determinada por el durísimo día a día. Hablar de Fútbol en estas circunstancias se nos puede representar como una cuestión baladí. Pero por suerte sentimos y esto lleva implícito goza y padecer. Hoy, levanto mi copa al cielo a la memoria de mi Tío Antonio, recordando los cabezazos de Fernando Ansola (otro vasco en el recuerdo) y por vosotros amigos sevillistas que se que estáis en horas bajas. Todo pasa y todo queda y, a que negarlo, una parte de mi alma siempre se quedará en el tranvía que me llevaba a Heliópolis.
jueves, 3 de mayo de 2012
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