Resulta alarmante y desesperanzador el desapego que la gente tiene
hacia las instituciones religiosas. Las capillas e iglesias son hoy un páramo
de soledad salvo, evidentemente, aquellas donde radica alguna Hermandad. Acudo
cada domingo a misa de doce en esta Barriada que se encuentra entre las más
pobladas de Sevilla. Aún siendo la misa principal de la semana nunca
sobrepasamos las cincuenta personas (a esa hora en el Bar de enfrente hay más
gente desayunando). Seguro que si se les preguntara sobre su condición
religiosa a los habitantes de este núcleo urbano la mayoría se declararía
cristiano. El pueblo sevillano hace ya mucho tiempo que busca a Dios en el
rostro doliente del Gran Poder, la divina cara de la Macarena o la bondadosa
sonrisa de la Virgen
de los Reyes. La dura experiencia del día a día les ha hecho desconfiar de los
“curas”. Nada existe más incontestable que la percepción vivencial de las
clases más desfavorecidas. El Clero, como cualquier colectivo humano, está
compuesto por personas bondadosas o perversas. En algunos –quiero creer que la
mayoría- está muy presente la palabra y obra del Mesías. Una ínfima minoría -bastante
dañina para la credibilidad de la
Iglesia- aplicó de manera perversa aquello que dijo Jesús de
Nazaret: “Dejad que los niños se acerquen a mí que de ellos es el Reino de los
Cielos”. Afortunadamente, el Papa Francisco ha cogido el toro de la verdad por
los cuernos y está llamando ¡por fin! a las cosas por su nombre. No descartemos
que las altas jerarquías eclesiásticas empiecen a encontrarse molestos con un
Papa tan directo y cercano (suponiendo que no lo estén ya). Es imposible
imaginarse el Arte en la Cultura
occidental sin la vital incorporación de los elementos cristianos. El Pensamiento
europeo se nutre en una parte sustancial de la aportación cristiana de
escritores, teólogos y filósofos. El
Humanismo cristiano se vértebra en una praxis social y política tendente a
denunciar los abusos del Poder y apostando claramente por un reparto equitativo
de la riqueza. La parte negativa es claramente conocida a través de la Historia. Movidos
por un atroz fundamentalismo en clave inquisidora y/o conquistadora se
instalaron en el reino de la barbarie. También en su beneplácito con los
regimenes dictatoriales y las bendiciones de injustas y cruentas guerras. O con
la ocultación de no pocas miserias de algunos de sus miembros. Siempre poniendo
un freno inmisericorde a las necesidades existenciales de personas nobles que
son satanizadas por sus tendencias sexuales y/o políticas. Todo este cúmulo de
despropósitos, y su desapego a manifestarse ante las atrocidades que nos
rodean, han propiciado que las iglesias se estén vaciando un poco más cada día
y que en los seminarios los seminaristas ni están ni se les espera. La
Cruz invertida que dicen que eligió San Pedro para morir y no
equipararse a la muerte de su Maestro. Cuando la gente dice: “Creo en Dios pero no en
los curas”, están dejando sin voz a aquellos que debían proclamar a los cuatro
vientos la palabra del Mesías. Cada día se “enroucan” más entre sus obsoletos
postulados ignorando los intereses y necesidades del pueblo llano. Hay datos
que son especialmente clarificadores: según una encuesta de Metroscopia
realizada el pasado agosto para el diario “El País”, el porcentaje de
aceptación de Caritas era del 74% mientras que los obispos se quedaban en un
raspado 21%. Venía a decir: solidaridad
si; burocracia no.
Poner la Cruz
de pie y caminar con ella al hombro detrás del Nazareno es nuestra eterna
asignatura pendiente. Mientras, la
Cruz permanece invertida. ¿Por cuánto tiempo aún?
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