Me encuentro y me paro a hablar en la sevillana calle Tetuán con mi
amigo del alma Antonio Guzmán “El Cuqui”, fundador de la “Peña Sevillista
Moisés”. Hacia algún tiempo que no le veía y lo encuentro como siempre:
risueño, dicharachero, locuaz y puro como el agua fresca de los manantiales.
Ambos formábamos parte de una pandilla infantil-juvenil compuesta por seis
miembros y perfectamente equilibrada: dos de calle Lirios, dos de calle
Vírgenes y dos de Conde de Ybarra (vulgo Condibarra). Los sevillistas ganaban
por mayoría (cuatro a dos) y los béticos por sentimientos. Niños de “Corrales de vecinos” criados a
golpes de leche en polvo, queso americano y pan con aceite y azúcar. De
partidos de fútbol interminables en el Prado de San Sebastián y de películas de
aventuras jaleadas en el “Teatro Juan de la Cueva”. Siempre bajo el manto protector de la Virgen de la Candelaria y la
intersección del Señor de la Salud. Somos
conscientes de que ya solo quedamos cuatro de la “pandilla” en el Reino de los
vivos. Dos nos abandonaron a edades todavía muy tempranas. Lamentablemente hay otro apuntado en la Lista de la parca. Un cáncer inmisericorde lo tiene postrado apurando su último tramo existencial. Triste
es esta época donde desde la atalaya de los años cumplidos ves despeñarse a
gente que te quisieron y quisiste. De
todas formas encontrarse por la calle con “El Cuqui” es pegarse un chute de
optimismo. Pocas personas conozco que mejor sepan exprimirle a la vida todo su
jugo. Eso de que agua pasada no mueve molinos
tiene una segunda lectura en el sentir de este antiguo vecino de la
calle Lirios. Siempre encuentra un resquicio para la esperanza y el derrotismo
nunca formó parte de su bagaje existencial.
Su caseta de Feria en la calle Pascual Márquez es un reducto sentimental
donde verse –vernos- antiguos amigos de gozos y sinsabores compartidos. Siempre tiene una sonrisa y una copa a mano
para demostrarnos que en no pocas ocasiones poder es querer. Cuando te despide
con un abrazo y un par de besos te planteas que, posiblemente, el agua pasada
sea lo único que mueve los molinos de los sentimientos compartidos. Son
personas vitalista tan necesarias para nosotros como el aire que respiramos.
Nunca abandonan la ilusión del niño que todos llevamos dentro. Fieles
testimonio de una etapa de nuestra vida donde todo, absolutamente todo, estaba
por estrenarse. Al final puede que los
molinos siempre estén en movimiento: unas veces con el agua de la vida y otras con
las lágrimas vertidas por los paraísos perdidos.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario