viernes, 20 de diciembre de 2013

Los niños sin cuna





“En el Portal de Belén hay estrellas, sol y luna, la Virgen y San José y el Niño que está en la cuna”.  “Pero mira como beben los peces en el río, pero mira como beben por ver al Dios nacido”.  “El camino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió, los pastorcillos quieren ver a su Rey”.  Un niño en una humilde cuna mecida por las estrellas del firmamento y al amparo del cariño de sus padres. Peces que llevan ya bebiendo una eternidad y que siempre terminan  volviendo a beber miles de veces. Unos pastorcillos comandados por Raphael que quieren ver al Mesías y uno le lleva lo poco de que dispone: el redoble de su viejo tambor.  Villancicos del alma que nos retrotraen a una época donde soñar aparte de gratis era absolutamente necesario. Llegan días donde inevitablemente manda la nostalgia por los eternos ausentes.  Ilusionantes para unos niños a los que cada día les ofrecen menos oportunidades de serlos. En el pasado Noviembre un tifón llamado “Haiyan” (¿para que sirve ponerle nombre a la tragedia?) arrasó Filipinas causando miles de muertos y llevando la desolación a millones de filipinos (pobres evidentemente).  Las imágenes más desoladoras eran, como siempre, las concernientes a niños desamparados vagando solos entre las ruinas o muertos en los brazos de sus desconsoladas madres. Imágenes terribles a más no poder. Pequeños tamborileros definitivamente sin tambores, estrellas, soles y lunas, no teniendo para beber ni la poca agua que les dejan los peces en los contaminados ríos.  Suena el redoble del viejo tambor sobre nuestras adormecidas conciencias y el Mesías volverá a nacer para mostrarnos que no todo está irremediablemente perdido. Si encima perdemos la Esperanza, ¿qué asidero nos queda donde poder agarrarnos para vivir? Vivamos estos días confortados y agrupados en torno a la familia. Posiblemente la mejor y mayor herencia que nos ha legado la Cristiandad.  Gracias a ellas España, con seis millones de parados, no es un polvorín. Seamos felices no por decretos consumistas sino al reclamo del cariño que nace de los sentimientos más nobles y verdaderos. Disfrutemos cuanto podamos que la batalla de la vida siempre la termina ganando la parca. Demos gracias a Dios por pertenecer al ejército de los presentes y por ser miembros activos de una Ciudad donde a Dios se le fue la mano en la sal.  Nos vemos, si así lo permite quien mora y recibe por San Lorenzo, cuando el almanaque nos diga que ya estamos en el año 2014.  Que el redoble del viejo tambor del ilusionado pastorcillo suene en nuestros corazones.  Un abrazo en mi nombre y en el de Salva Gavira.  Salud, trabajo, paz y felicidad para todos/as.

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