La primera vez que te vi yo debía rondar los ocho o nueve años de
edad. Entré en tu Casa por primera vez
acompañando a mi abuela Teresa y cuando aún todavía usaba pantalón corto. Debió
ser el mismo año que mi tío Antonio me hizo socio del Betis para que supiera
que los momentos de gozo son pocos pero muy placenteros. Primero te visitaba
cada viernes con mi abuela y después, en no menos de treinta años, acompañando
a mi santa madre. ¡Toda una vida! Falté
a mi cita semanal contigo durante unos años de ardores juveniles
revolucionarios, donde los árboles del sectarismo me impedían ver el bosque de
lo verdaderamente trascendente. Tú esas cosas nunca las tomaste en cuenta y
sabes, según proceda, ser padre, hermano o amigo. Tú no necesitas perdonar. Tú
eres el perdón personificado. Irradias dolor solidario y pena compartida para
que nadie se sienta –o crea- ser
enteramente infeliz. Son ya muchos los años que llevas viviendo allí y gracias
a tu Divina presencia donde moras se encuentra el alma sentimental de la Ciudad. Ahora, cuando ya la
nieve de los años blanquea mi -aún abundante- pelo te visito cada día. Arrancó
cada mañana en mis paseos matinales de jubilado dándote los “Buenos días”. Veo
que cada cierto tiempo te cambian la indumentaria pero tu doliente rostro más
que cambiar él consigue que cambiemos nosotros. Compruebo a muchas personas
humildes que van a rezarte cada día y en la emoción que desprenden sus miradas
está la clave de la Fe
verdadera. Por imperativos de la vida un
día, espero que aún lejano, ya no podré visitarte. Si mis amigos atienden mis últimos deseos lo
que el fuego purificador haya dejado de mí descansará un día cerca de tu Divina
presencia. Otros muchos vendrán a rogarte consuelo y Esperanza para el duro
ejercicio de vivir. Los recibirás como siempre hiciste: mostrándonos el dolor
en su vertiente más solidaria. Con los
años he llegado a la conclusión de que más que padre o hermano (que también lo
eres) te configuras como el amigo insobornable que nunca nos abandonas. Ese al
que podemos confiarnos sabiendo que estamos en las mejores manos posibles. Imaginar esta Ciudad sin tu Divina presencia
se me antoja una tarea hartamente complicada.
Dale al hombre agua para beber, pan para comer, un poema para soñar y un
hombro amigo donde apoyarse y el camino de la vida será menos duro. La cruz que se apoya sobre tu hombro está
hecha con las astillas del cariño más verdadero. Hoy, uno de Enero del Año 2014,
empieza un nuevo “Quinario del Señor de Sevilla”. Hoy, ambos sabemos que estaremos unidos para
siempre.
miércoles, 1 de enero de 2014
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