“Lo malo no es que los sevillanos
piensen
que tienen la ciudad más bonita
del mundo…
lo peor es que puede que tengan
hasta razón”
- Antonio Gala -
Conozco casos de algunos foráneos de la Ciudad que aparte de ser
asiduos visitantes de la misma son sus mayores valedores. Gente que en algunos
casos llegaron hace años a Sevilla por pura casualidad. Algunos tenían
programadas sus vacaciones hacia otras opciones pero al fallarles estas optaron
por arribar a Sevilla a ver que pasaba. Y lo que les pasó es que quedaron
embrujados y amorosamente abducidos para siempre. Conozco casos como el de un
millonario colombiano que necesita (según sus propias palabras) venir a nuestra
Ciudad al menos una vez al mes. O un famoso Director de orquesta francés que
cuando su agenda se lo permite ya lo tenemos instalado con su esposa (va por la
tercera) en el Hotel Colón. Huelga decir que escritores de la talla de
Caballero Bonald, Antonio Gala, Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte
(solo se critica aquello que de verdad nos importa) aman profundamente Sevilla
y en ella tienen grandes amigos. Son
nuestros mejores mensajeros allende nuestras fronteras y se conocen cada rincón
de la Ciudad
mejor que muchos sevillanos de cartón piedra. José Blas Vega, el mayor
investigador de toda la
Historia del Flamenco y cuya perdida se nos presenta como
absolutamente irreparable, amaba profundamente Sevilla y cuando la visitaba que
solía ser con frecuencia me enseñaba rincones que yo mismo desconocía. Esta Ciudad enamora desde la belleza más
sublime y tiene a su gente como los
mejores valedores de la misma. Aquí nunca se le pidió su origen a nadie que
llegara de verdad y mucho menos sus
señas de identidad. Tan solo sobran los figurones –nativos o foráneos- que
pretenden que sea Sevilla quien se mire en sus espejos y no al revés. Los hijos adoptivos de la Ciudad se nos presentan
como nuestro mejor aval sentimental. Representan cuanto Sevilla quisiera que
representaran muchos de sus hijos naturales. Los mismos que se pierden en los
falsos laberintos de la vanidad y el ensimismamiento. Estos visitantes
perdidamente enamorados de la
Ciudad siempre serán nuestros amigos para siempre. Llegaron
para dejar entre nosotros sus ilusiones viajeras.
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