“Cuando los ricos se aburren
cuentan su dinero;
cuando se aburren los pobres
cuentan sus penas”
Desde niño siempre me ha producido una gran impresión el mundo de los
indigentes. Personas mayores (en la actualidad no pocas jóvenes) abandonadas a
su suerte, comiendo donde pueden o les dan y durmiendo en cualquier rincón de
cualquier calle. Arrastran en un desvencijo carrito de la compra sus pocas y
deterioradas pertenencias. Si la indigencia toma forma en una mujer me suelo
conmover por partida doble. Cada uno/a lleva una historia sobre sus castigadas
espaldas. La suya, que como la de todos, siempre será personal e
intransferible. Son los restos del naufragio de una Sociedad cada día más
proclive a arrojar personas a la
indigencia callejera. Me llena de orgullo el comprobar que Sevilla ha sido, es
y será una Ciudad tremendamente solidaria. Al lema de: “Muy Noble, Muy Leal,
Muy Heroica, Invicta y Mariana Ciudad” habría que añadirle el de
“Extremadamente Bondadosa”. En EEUU, la cuna del capitalismo más feroz, los
indigentes pululan como fantasmas por sus calles mezclados (pero nunca
revueltos) con los ejecutivos de trajes de diseño y coches de alta gama. Son
ignorados y despreciados por una ciudadanía educada por y para el triunfo. En la Vieja Europa todavía no hemos
llegado a despreciar a los “perdedores sociales” y mantenemos una razonable y
necesaria cuota de solidaridad hacia ellos. Somos conscientes de que nadie está
libre de caerse de bruces de los organigramas sociales del bienestar. El Centro
de nuestra Ciudad está lleno de indigentes de todas las edades. Piden y piden y
vuelven a pedir. La mayoría son extranjeros pero, desgraciadamente, el hambre y
la miseria nunca tuvieron unas específicas señas de identidad. La sociedad civil
sevillana articula unas medidas eficaces para combatir una pobreza a la que han
llevado a mucha personas una nefasta gestión política. Caritas, Cruz Roja y las
Bolsas de Caridad de las Hermandades sevillanas han conseguido, en gran medida,
paliar las extremas necesidades de la gente más desfavorecida. Eso que
pomposamente se llama Justicia Social ni está ni se le espera de momento. Hoy,
cosa que no debía de extrañarnos, los ricos aumentan considerablemente su
riqueza y los pobres lo hacen con su pobreza.
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