Los que ya estamos desactivados de la vida laboral sabemos que la noche se nos presenta confusa y desordenada. Intentamos seguir una rutina de horarios y costumbres pero ya sabemos que el sueño va y viene a su libre albedrío. Por si éramos pocos parió la abuela de la pandemia un travieso niño llamado inquietud. Demostrado queda que el sueño llega con facilidad cuando el cuerpo está cansado y la mente serena. Vivimos inmersos en un permanente grado de zozobra. Los que tuvimos la suerte de engancharnos muy jóvenes a la lectura sabemos que esta siempre será un eficaz antídoto contra el desosiego. Los libros, entre otras muchas virtudes, tienen la potestad de ordenar el caos. Cada circunstancia, personal o colectiva, requiere una lectura determinada. Estos días que he recuperado mis paseos mañaneros me encuentro con colegas de mi generación que siempre me hacen el mismo comentario: lo mal que duermen. El futuro de hijos y nietos está en el aire y se avecinan tiempos muy difíciles. Para nosotros el porvenir es ya el presente y somos conscientes que vamos a emprender una dura y larga travesía con los peores capitanes posibles. El sueño y las pesadillas enredadas en la nebulosa de los recuerdos archivados en la memoria. El libro, los libros, son nuestra única válvula de escape nocturna. La banda sonora de las noches andaluzas son las nanas de nuestras abuelas. Ha vuelto, pues al final todo vuelve, el canto de los grillos de nuestras noches de verano. Dormir, dormir a pierna suelta, se nos representa ya como una quimera.
lunes, 22 de junio de 2020
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