“Anda ve y dile a tu mare
Si me desprecia por pobre
Que el mundo da muchas vueltas
Y ayer se cayó una torre”.
Todo parecía estar conjurado para que los duendes afloraran y nos
arañaran las paredes del alma. Era una “madrugá” de vino y Cante donde la Siguiriya aguardaba
agazapada para atraparnos en sus redes andaluzas de pena amarga. Estábamos casi
todos en el “Cuarto de Triana” de la
Peña “Torres Macarena”. Manolo y Antonio Centeno, Jaime del
Pozo, Salvador Feria, Alfonso Campoy, Aurelio… Éramos un grupo de flamencos en
busca del Duende perdido. Ya avanzada la noche se incorporó a la reunión quien
estaba predestinado a situarnos en la cima de nuestros sentires flamencos:
Antonio Núñez Montoya “Chocolate”. Cuando lo estimó oportuno le indicó al hijo
de Aurelio, Raúl “el Perla”, que cogiera la guitarra que quería cantar “un
poquito” por Siguiriya. Se entonó con dos ayes lastimeros que nos hicieron
presagiar que íbamos a ser participes de uno de esos momentos que justifican
con creces la grandeza del Arte Jondo.
Empezó Antonio con su inconfundible rajo gitano a cantar aquello
de...”Siempre por los rincones te encuentro llorando…”. Nos quedamos todos
atrapados por un silencio sepulcral y con las miradas proyectadas hacia el
suelo. La magia nos envolvió y liberó de manera armoniosa la esclavitud de
nuestros yugos cotidianos. Creo que aquellos fueron, posiblemente, los cinco o
seis minutos más intensos de mí ya larga trayectoria de aficionado al Flamenco.
Allí no había escenario, ni patio de butacas, ni contrato y la verdad desnuda
del Cante Flamenco se nos apareció en toda su pureza. “Chocolate” acudió con
todo su bagaje sentimental al conjuro de la Siguiriya y nos dejó con
el alma en duermevela. Nada más terminar de cantar apuró su JB con hielo y se
fue por donde había venido. Él buscaba la libertad de la calle y nosotros
quedamos allí atrapados por el Duende. La liturgia del Cante alcanza su máxima
expresión en el Cante por Siguiriya y “Chocolate” en ese “palo” era absolutamente
genial. Por su garganta afloró aquella “madrugá” la pena amarga de su raza y
nos transportó a la orilla donde siempre terminan varados los restos del
naufragio de los seres humanos. Algunos de los participantes de aquella mágica
reunión ya hace tiempo que nos dejaron huérfanos de Cante y amistad. Manolo y
Antonio Centeno, Aurelio, Salvador Feria, Alfonso Campoy y “Chocolate” ya
forman parte de los eternos ausentes y perpetuos presentes. Aquel día creo que
no fuimos conscientes de haber configurado un armazón sentimental que
permanecería para siempre. El Cante flamenco nos hizo eternos. La vida externa
de un hombre se contabiliza por días, meses y años. Su mundo interior se
configura acorde con sus mejores momentos emocionales. La capacidad de sentir emociones que te
rediman contigo, con Dios y los hombres.
Estar vivo, aparte de respirar, consiste en navegar por los mares de los
sueños. Aquel día, aquella inolvidable
“madrugá”, fuimos participes de un acto litúrgico flamenco donde nos sentimos
pasajeros eternos surcando los campos de Andalucía.
Un rincón mágico en “Torres Macarena”, un Cante por Siguiriya, un
Cantaor tan puro como “Chocolate” y un ramillete de buenos aficionados. Otra
época, otros tiempos, otra gente, otras emociones… Todo quedó plasmado en sus
justas proporciones. Con estos ingredientes era más que previsible que el
círculo de lo jondo se cerrara armoniosamente.
Acudimos gozosos al conjuro de la Siguiriya y quedamos todos a cubierto del triste
desamparo de la noche. Flamencos del
ayer, del hoy y del mañana unidos por la ancestral llamada del Cante.
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