domingo, 28 de abril de 2013

Los Hijos de la Ciudad





Sabiendo el Dios Padre que Abril se marcharía en unas horas de la Ciudad reunió a los Apóstoles y señalando con su dedo índice hacia la Tierra les dijo:

“Ahí abajo, donde la Piel de Toro se hace más piel y más toro los tenéis. Son fatuos y sencillos. Ateos y creyentes. Rancios y modernos. Béticos y sevillistas. Poetas y músicos. Soberbios y sencillos. Capillitas y anticlericales. Cantaores y toreros. Borrachos y abstemios. Valientes y cobardes. Rebeldes y sumisos. Derechones e izquierdosos. Vanguardistas y tradicionalistas. Bohemios y pragmáticos. Macarenos y trianeros. Pulcros y desaliñados. Nobles y mezquinos. Dadivosos y usureros. Aristócratas y pueblerinos. Payos y gitanos. Déspotas y caritativos. Rigurosos y criticones. Antiguos y modernos. Reflexivos y lenguaraces. Mamaron antes que nadie del Imperio Romano y Europa sin ellos no tendría sentido. Dieron dos Emperadores nacidos bajo su cielo. Los árabes se encontraron allí tan cómodos que aguantaron ocho siglos. Allí los judíos nunca se sintieron más judíos. En ninguna parte del mundo veneraron y veneran tanto a mi Hijo y a su bendita Madre como allí. Entenderlos es tarea harto compleja incluso para mí. Son ombliguistas porque posiblemente allí esté el ombligo más hermoso de mi Creación. Los veo despojarse transitoriamente de hoces y martillos para meterse bajo los paso. Ellas son las mujeres más bellas de la Creación y cada año lo demuestran bajo un cielo de farolillos. Ellos no tienen arreglo ni Yo quiero que lo tengan. Me salieron como me salieron y eso ya no lo arregla ni Dios (perdón por la parte que me toca). Cantaron a la pena como nadie y alegraron el aire de la tarde con el vuelo de los capotes de grana y oro. Ahí los tenéis, firmes y contradictorios como ellos solos. Siempre me rezaron para que no les faltara la luz y les proporcioné cinco meses de verano.  Presumiendo siempre de Ciudad y dejando que se les caiga a pedazos. Cuidando con esmero las macetas de sus balcones y abandonando a su suerte a parques y jardines. Pero debo reconocer que siento por ellos un especial cariño. Creé Abril pensando en ellos y ellos solo piensan en Mí en clave abrileña. Ahí los tenéis orgullosos y altivos ante el infortunio. Son ellos, los discípulos más díscolos de mi Hijo y, sin embargo, los más queridos por Él.  Adoran a su Madre y eso aquí arriba lo tenemos muy en cuenta. Son ellos, siempre ellos.  Son: ¡los Hijos de la Ciudad!

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