domingo, 21 de abril de 2013

Por el Amor de Dios




“La única batalla que
un hombre de bien
no puede permitir perderse
es la que libra contra
su propia conciencia”

El Centro de nuestra Ciudad está literalmente lleno de personas pidiéndonos por caridad alguna monedilla suelta. No hay capilla o iglesia que no tenga su indigente de “guardia”. La Basílica del Señor, San Lorenzo, la Capillita de San José, Santa Rosalía, San Nicolás o inclusive la Librería San Pablo en la calle Sierpes tienen a su indigente de “plantilla”.  Son sitios que frecuento casi a diario y uno llega a familiarizarse con estas personas. En la puerta de la “Casa del Hijo de Dios” hay una señora rumana que acude a pedir todos los días en bicicleta. Tiene en el interior del Templo un cartel apoyado en una silla de tijeras que nos explica su penosa situación familiar. En el pórtico de San Lorenzo pide una muchacha rumana muy joven y con unas carencias dentales que son un claro exponente de cómo la ha tratado la vida.  En la de Santa Rosalía se pone a pedir un barbudo señor mayor que se me representa una replica de don Ramón María del Valle-Inclán.  En la puerta trasera de San Nicolás de Bari (la única que siempre está abierta) se pone a pedir Cristóbal, persona oriunda del bonito pueblo gaditano de Olvera. Este educado buen hombre siempre está escuchando la radio y si alguien quiere estar bien informado de la realidad que nos oprime no tiene más que preguntarle. En la puerta de la Librería San Pablo pide una rumana con una falda coloreada y con lentejuelas que le llega hasta los tobillos.   Tiene siempre un pañuelo en la cabeza y está más tiempo sentada que la Virgen de los Reyes.  Quien pide -¿o pedía?- en la Capillita de San José se merece un “Toma de Horas” para él solo.  Un proyecto de artista flamenco caído muy joven en las garras del infortunio.  Nunca me gustó abrir puertas que sus propietarios quieren que permanezcan cerradas.  Cada uno es dueño de su vida y la conveniencia de exponerla a los demás siempre será cosa suya.  Estas personas que he citado tienen un denominador común: su esmerada educación. Nunca abordan a nadie ni sacan a relucir sus penalidades.  Por encima de nacionalidades o procedencias tienen algo que los corporativiza: son los restos del naufragio.  No se –ni me importa- el destino último que darán a las monedillas que les damos.  Piden, como pasó siempre, en las puertas de las iglesias.  Lo hacen por “el Amor de Dios” y que nadie dude que nosotros, al darle alguna monedilla, recibimos más de lo que damos. Es la pobreza más extrema fruto de las circunstancias sociales o personales de cada ser humano.  La Crisis (¿cuándo desaparecerá esta maldita palabra de nuestras vidas?) ha propiciado que muchas personas bajen el último peldaño de la escalera que conduce a la pobreza más extrema.  Seamos solidarios con ellos y no nos escudemos en el manido discurso de que piden para drogas y alcohol.  En su dura existencia son personas subidas en el tren del infortunio.  Tienen nombres como nosotros y a veces un afectuoso saludo les hace comprender que no todo está perdido.   Piden, como hicieron siempre, por el “Amor de Dios” y a Él no podemos ni debemos fallarle.

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