jueves, 10 de julio de 2014

Cuentos de azotea: 2. El Hombre del violín





2. El Hombre del violín

    Se ganaba la vida tocando el violín por todos aquellos sitios donde él consideraba que su música sería bien recibida y recompensada. Vivía solo en una modesta pensión del Casco Antiguo de la Ciudad.  Comía siempre de pie en el rincón de la barra de un bar donde servían comida casera. Poco dado a las relaciones sociales siempre caminaba lento y taciturno sin más compañía que su inseparable violín. Lo llevaba guardado en una negra funda y solo lo sacaba para interpretar majestuosamente composiciones de Mozart o Monteverdi (sus dos compositores preferidos).

    Por la Ciudad circulaba el rumor de que era un antiguo dirigente de la tristemente Triple A argentina y que pagaba sus culpas tocando el violín por calles, bares y eventos de todo tipo. Otros decían que era un antiguo jugador del Racing de Avellaneda que llegó a España para hacer el curso de entrenador. Lo que era innegable es que las pocas veces que hablaba denotaba un claro acento porteño. Vestía un traje que supuestamente algún día fue negro y adornaba su cuello con una pajarita de color rojo. En el bolsillo derecho de su chaqueta guardaba un amplio pañolón blanco que depositaba en su hombro izquierdo para apoyar el violín mientras tocaba. Después de tocar permanecía impasible a la espera de que alguien lo llamara para darle algunas monedillas. Educadamente agradecía la donación con una ligera inclinación de cabeza y se volvía ruborizado preso de una profunda timidez.

    En la mesita de noche de su cuarto solo había una estampa de la Virgen de la Asunción (Patrona de Avellaneda) y una foto dedicada de Daniel Bertoni. Sus pocas pertenencias ocupaban no más de medio ropero y sus objetos de cuidado personal los tenía depositadas en un pequeño maletín verde. Fueron unos días preñados de rareza los que sucedieron a continuación. Salía a pasear sin su inseparable violín y se le notaba más alegre que de costumbre. Cambió la pajarita de su cuello por un jersey gris de cuello alto y sus gastados zapatos por unas botas camperas de media caña. Pagó un mes de pensión por adelantado y desde entonces tan solo en un par de ocasiones hizo acto de presencia por la misma. Como si se lo hubiera tragado la tierra desapareció de la noche a la mañana de los laberintos urbanos de la Ciudad.  Cuantos requerimientos y conjeturas se hicieron sobre su posible paradero fueron inútiles. Fue como si en verdad nunca hubiera existido.

    Al cabo de un par de meses la dueña de la Pensión recurrió a la policía pues con su llave maestra no conseguía abrir la puerta del cuarto del violinista. Cuando un cerrajero consiguió forzar la cerradura todos los asistentes quedaron absolutamente atónitos. Encima de la cama estaba la funda del violín abierta y en su interior,  junto con la pajarita roja, había más de un millón de pesos argentinos, la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa y cerca de medio millón de euros. Depositado en la mesita de noche un gran sobre azulado en cuyo interior estaba la foto de la Virgen de la Asunción y otra de Daniel Bertoni. Bajo un pisapapeles con la bandera Argentina había una invitación en ingles para un concierto de  violín en la Casa Blanca.
  Lo organizaba Bill Clinton a beneficio de los desaparecidos durante la dictadura argentina.  El interprete era el celebre y reconocido internacionalmente violinista argentino Mario de la Fuente Bottinelli.

     En una silla estaba cuidadosamente depositado su raído traje y su pañolón blanco. Abrieron la ventana que daba a un patinillo interior y allí depositado sobre un tejado estaba,  huérfano de notas y de dulces caricias, su inseparable violín. Sobre sus gastadas cuerdas dos gorrioncillos emitían un dulce canto.  El violinista en el tejado.

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