Se preparaba cada mañana en una cesta de mimbre sus avios de pescar, su
caña y un pequeño refrigerio donde no faltaba una bota con vino tinto y un
trozo de queso viejo. Cogía su bicicleta y después de distribuir
equilibradamente todos los utensilios se marchaba a la playa a practicar su deporte
favorito: la pesca en el embarcadero. Se pasaba allí sentado pacientemente toda
la mañana y compartía cómplices silencios de espera con los peces y con el azul
de los mares. Cuando algún pez se descuidaba y terminaba atrapado por su
anzuelo lo volvía a depositar en el mar tras comprobar tamaño y especie. “Al
César lo que es del César y al mar lo que es del mar”, solía decir.
Era un andaluz choquero ya jubilado y excelente
compositor de letras de flamenco, poemas
costumbristas y coplas atrapadas por la
cal de las paredes y los desamores en duermevela detrás de las rejas. Todas las
grandes de la copla tenían -o habían tenido- en su repertorio algún tema suyo. Su
profesión verdadera era -o mejor había sido- la de Perito Agrícola y
su gran afición –aparte de la pesca- era la de emborronar cuartillas con
letrillas o poemas que se le ocurrían en los sitios más dispares. Cuando se le
venia algo nuevo a la cabeza lo canturreaba por lo bajini para ver donde mejor
encajaba. “La más grande”, que era una artista que nació en la sevillana calle
Parras decía de él: “Después de Rafael
(de León) como Alfonso no ha escrito nadie copla”.
Un mediodía cuando ya se disponía a recoger
los utensilios comprobó que entre los tablones viejos y retorcidos del
embarcadero había una botella con algo en su interior. Montó de nuevo la caña y
con sumo cuidado rescató la botella del agua intentando no romperla en el
arrastre. Era una botella verde de cuello ancho cerrada con un tapón de corcho mostrando en su interior un
papel azulado y perfectamente doblado. Había aguantado los envites del mar y
comprobó que se encontraba en perfecto estado. La guardó en el fondo de su
cesta de mimbre y se marchó a unos pinares cercanos para tranquilamente ver que
contenía en su interior.
La descorchó con una pequeña navaja
procurando no cortarse ni dañar el
cuello de la botella. Contenía dos
papeles azules claros en su interior. Uno, más pequeño a modo de presentación, y el más grande con un largo poema escrito en
clave flamenca y coplera. Decía el menor
de los papeles:
“Si alguien está leyendo esto
pueden haber ocurrido dos cosas: primero que la botella ha conseguido
cruzar los mares y espero que haya desembarcado en Andalucía. Segundo que sería
de desear que quien esto lea sea un alma sensible y nada ajena a los avatares sentimentales
de la lírica andaluza. Salí de España
por motivos políticos en 1939 y siempre la he llevado en el corazón y la
memoria. Cuando ya los médicos han puesto a mi vida fecha de caducidad me he
animado a escribir esta Copla del desarraigo que me libere del dolor de la
nostalgia. La mando embotellada a través
de los mares. Si consigo que un solo andaluz se emocione con mi canto me daré
por plenamente satisfecho. Mis restos descansarán en Puerto Rico y mi corazón
siempre vagará por entre los trigales y las azucenas de Andalucía”.
(Firmado: Juan de Dios Ramírez de
la Serna – San
Juan a 10 de Mayo del 2003)
A Alfonso le resbaló preso de la emoción
una lagrimilla fugaz por su bronceada cara. Se quitó un momento las gafas para
limpiarlas y se quedó pensativo al comprobar los caminos que escoge Dios para
herir nuestras sensibilidades. Dos hombres andaluces y con vocaciones
compartidas unidos por el mensaje de una botella. San Juan de Puerto Rico y la Huelva de Paco Toronjo
entrelazadas de la mano por los sonetos del alma andaluza. Dos hombres y un
destino. Las coplas del querer queriendo de veras ser un nexo de unión entre
hombres y pueblos. La tierra clamando gozos y penas regadas con las lágrimas de
las enamoradas que no son correspondidas. Lo andaluz como reclamo luminoso
sobrevolando los olivos. Un desgarro emocionado en Marifé; un señorío cartujano
y macareno en Juana; una exquisita dulzura loreña en Gracia; un eco
temperamental de olas con sabor a moscatel en Rocío o un torbellino de colores
jerezanos en Lola. Todo aderezado y dispuesto armoniosamente para que nuestra cultura cobre su sentido más
verdadero. Abrió un papel azulado y lo leyó entre el susurro de la caricia del
viento y el soniquete monocorde del canto de las cigarras:
-
Me traje yo de mi España
una pena y un cantar
un pellizco en las entrañas
y una
lágrima de sal.
Gitana del alma mía
crucifijos voy poniendo
por todas las sacristías.
Tu mare tiene un reló
que pa mí siempre es la una
y pa ti siempre las dos.
Me traje yo de mi España
una pena y un cantar
un pellizco en las entrañas
y una lágrima de sal.
Dale a Puerto Rico un canto
a Andalucía un diapasón,
se afinarán los quebrantos
de este pobre corazón.
Gitana del alma mía
crucifijos voy poniendo
por todas las sacristías.
No pudo continuar leyendo. Metió aquellos
papeles azulados llenos de melancolía de nuevo en la verde botella. Se subió a
la bicicleta cuando ya la tarde se moría lentamente por entre los pinares y las
veredas tomaban tonos de dorados ocres. A lo lejos en el infinito se aparecía un ascua
de candela que fundía en el horizonte mar y
cielo. Casi sin darse cuenta empezó a tatarear….”El vino en un barco de
nombre extranjero. Lo encontré en el
puerto un anochecer….”. Definitivamente
ya era un Pescador de Coplas.
Juan Luis Franco – Jueves 31
de Julio del 2014
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