A Juan Vergillos y a Manolo
Bohórquez con admiración y afecto.
Llevo ya más de medio siglo -¡cincuenta años!- como aficionado y
estudioso del Flamenco. He escuchado cantar, tocar la guitarra y bailar en los
sitios más variopintos. He procurado aprender de viejos aficionados cabales que empezando por mi padre me enseñaron a
desentrañar los vericuetos de este Arte parido y amamantado en Andalucía. He
recopilado –y además leído en profundidad- una amplísima bibliografía flamenca.
He asistido a Cursos y Conferencias donde el tema primordial era el Flamenco. ¿Quiere
esto decir que ya lo se todo sobre el Flamenco? Para nada. Afortunadamente en el Flamenco y en
cualquier faceta de la vida siempre serán muchas las cosas que nos queden
todavía por aprender. Evidentemente no
soy un crítico, ni tampoco un investigador y mucho menos me considero un
flamencólogo. Me subí al carro de muchos aficionados que siempre han pretendido
sacar al Flamenco de la marginación, la humillación y la pobreza. Pretendíamos
elevarlo con todos los honores al olimpo de la Cultura y el Arte con
mayúsculas. Creo que los logros resultan más que evidentes. Nunca gané dinero
con el Flamenco sino más bien todo lo contrario: le dediqué mucho de mi tiempo
y no poco de mi dinero. Ayer vivía de mi trabajo y hoy lo hago de una pensión
producto de muchísimos años de cotización. El Flamenco es la gran pasión de mi
vida y espero que así sea hasta mi último suspiro. No puedo evitar que me
presenten en no pocas ocasiones como “flamencólogo” (como tampoco que media
Sevilla me llame “José Luis”). Es algo
que ni me halaga ni en realidad tampoco me preocupa. Pero dado que existen
personas que viven (eso si, a duras penas) profesionalmente del estudio y la
divulgación del Flamenco, ¿qué problemas existen para que se les pueda llamar
flamencólogos? ¿Qué motiva, empezando
por algunos artistas, el faltarles al respeto llamándolos “flamencólicos”?
¿Cómo hay que llamarlos? ¿Quizás
“Critico de actividades flamencas varias” o “Divulgador o programador del Arte
Jondo en todas sus variantes”? Ese es el
quid de la cuestión: empleas tiempo y dinero para reivindicar el Flamenco y la
cualificación profesional de los artistas y luego, estos, te faltan al respeto.
Bien es verdad que la Flamencología no es
una actividad académica con licenciatura pero tampoco lo es la guitarra
flamenca y ya ven como suena. Conozco casos de críticos que al realizar una
crítica negativa han recibido incluso serias amenazas por parte de algunos
artistas. Vivir hoy sin más de la crítica o la investigación flamenca es
prácticamente imposible. La tienen que alternar con otras actividades y encima
se exponen al descrédito y a la injuria. Artistas de cortos recorridos se empeñan en que el
Flamenco sobrevuele solamente por encima de sus tejados. Creen ingenuamente que
todavía es posible ponerle puertas al campo.
Hace tiempo que desistí de entrar en polémicas estériles y me dedico
prioritariamente a disfrutar este Arte que tan ligado ha estado siempre a mi
vida. Paso de “batallitas” insustanciales y de cenáculos de sabios flamencos de
nuevo cuño. El Flamenco es como la vida misma y no entenderlo así es perderse su
verdadera sustancia. ¡Hay tanta verdad
en un Fandango y tanta mentira en un panfleto!
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