No solamente es verdad que cada día me cuesta más trabajo trasnochar es
que ya no lo hago ni excepcionalmente. Esto ha condicionado que cada día
escuche y vea menos flamenco en directo. Solo acudo a algún evento flamenco
cuando tengo garantías de que me recogeré a “una hora decente”. Afortunadamente dispongo de una amplísima
discografía flamenca y a ella recurro para que la llama de la gran pasión de mi
vida no se me apague. El Cine, gracias a las sesiones matinales en día
festivos, lo sigo manteniendo en activo con mi gozosa condición de espectador. Los
años, para lo bueno y lo malo, te van marcando unas pautas de vida y
comportamiento que entran dentro de la racionalidad. Aprovechas las mañanas
para sacar tú ya poco cuerpo serrano a pasear y las tardes-noches para estar
confortablemente recogido en “la cueva”.
No existe nada más patético que intentar vivir con setenta años de forma
parecida a cuando tenías treinta.
Reconozco que llevar una vida ordenada me hace disfrutar mucho más de
los placeres cotidianos. Estar jubilado de tareas laborales y/o profesionales
no significa estar muerto en vida. Saboreo mis mañanitas de paseo por el Centro
de la Ciudad
con cafés reposados en el “Catunambú” de Sierpes o en el “Bar Europa”. Mediodía
de tertulias placenteras con copitas de oloroso o manzanilla en “La Mina” o “La Goleta”. Tardecitas de
lecturas reposadas, audiciones de música y visionado de películas inmortales.
Visita semanal a la Dos Hermanas
de Juan Talega para ver a mis nietos del alma.
Noches en que a la hora de los fantasmas (las doce en punto) ya me
tienen “metido en el sobre” escuchando “El Larguero” de José Ramón de la Morena. Un organigrama de forma de
vida que consiguen dotar de sentido a mis días y mis noches. Para algunos, a
que dudarlo, resultarán aburridos y monocordes pero a mí me satisfacen
plenamente. Cada uno es muy libre de vivir su vida como quiera, pueda o le
dejen sus circunstancias personales. Admito sin reservas que posiblemente esté
pasando la etapa más placentera de mi ya larga existencia. Fui a tope niño cuando había que serlo; joven
que sin entrar en malos rollos supo disfrutar plenamente de la juventud y
dedicar tiempo a cambiar las coordenadas políticas de este país. Ahora, con el
convencimiento de tener la conciencia tranquila por los deberes y obligaciones
cumplidas, encaro esto que a pesar de no gustarme nada llaman la Tercera Edad con brios
renovados. Soy plenamente consciente de que el tiempo juega en mi contra pero,
mientras haya partido, no escatimaré en vano ni un minuto de mi
existencia. Espero que sean todavía
muchos los días y las noches pendientes de gastar.
viernes, 6 de marzo de 2015
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