viernes, 6 de marzo de 2015

Los días y las noches





No solamente es verdad que cada día me cuesta más trabajo trasnochar es que ya no lo hago ni excepcionalmente. Esto ha condicionado que cada día escuche y vea menos flamenco en directo. Solo acudo a algún evento flamenco cuando tengo garantías de que me recogeré a “una hora decente”.  Afortunadamente dispongo de una amplísima discografía flamenca y a ella recurro para que la llama de la gran pasión de mi vida no se me apague. El Cine, gracias a las sesiones matinales en día festivos, lo sigo manteniendo en activo con mi gozosa condición de espectador. Los años, para lo bueno y lo malo, te van marcando unas pautas de vida y comportamiento que entran dentro de la racionalidad. Aprovechas las mañanas para sacar tú ya poco cuerpo serrano a pasear y las tardes-noches para estar confortablemente recogido en “la cueva”.  No existe nada más patético que intentar vivir con setenta años de forma parecida a cuando tenías treinta.  Reconozco que llevar una vida ordenada me hace disfrutar mucho más de los placeres cotidianos. Estar jubilado de tareas laborales y/o profesionales no significa estar muerto en vida. Saboreo mis mañanitas de paseo por el Centro de la Ciudad con cafés reposados en el “Catunambú” de Sierpes o en el “Bar Europa”. Mediodía de tertulias placenteras con copitas de oloroso o manzanilla en “La Mina” o “La Goleta”. Tardecitas de lecturas reposadas, audiciones de música y visionado de películas inmortales. Visita semanal a la Dos Hermanas de Juan Talega para ver a mis nietos del alma.  Noches en que a la hora de los fantasmas (las doce en punto) ya me tienen “metido en el sobre” escuchando “El Larguero” de José Ramón de la Morena.  Un organigrama de forma de vida que consiguen dotar de sentido a mis días y mis noches. Para algunos, a que dudarlo, resultarán aburridos y monocordes pero a mí me satisfacen plenamente. Cada uno es muy libre de vivir su vida como quiera, pueda o le dejen sus circunstancias personales. Admito sin reservas que posiblemente esté pasando la etapa más placentera de mi ya larga existencia.  Fui a tope niño cuando había que serlo; joven que sin entrar en malos rollos supo disfrutar plenamente de la juventud y dedicar tiempo a cambiar las coordenadas políticas de este país. Ahora, con el convencimiento de tener la conciencia tranquila por los deberes y obligaciones cumplidas, encaro esto que a pesar de no gustarme nada llaman la Tercera Edad con brios renovados. Soy plenamente consciente de que el tiempo juega en mi contra pero, mientras haya partido, no escatimaré en vano ni un minuto de mi existencia.  Espero que sean todavía muchos los días y las noches pendientes de gastar.

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