El pasado miércoles 19
de julio nos desayunamos con una noticia que causó un fuerte impacto
nacional: el financiero Miguel Blesa
se había suicidado pegándose un tiro de escopeta en el pecho dentro de una
finca de Córdoba. La muerte es el hecho más tremendamente definitivo
que sufrimos los humanos y ante ella todo, absolutamente todo, queda relegado a
un segundo plano. La muerte es algo solemnemente serio. Nadie con un mínimo de
bondad en el alma de su cuerpo puede alegrarse ni desear la desaparición de
cualquier persona. Bien está que cada uno lloremos a nuestros muertos y que los
ajenos sean enterrados respetando el dolor de sus familias y cubiertos con la
bandera de la misericordia. Miguel Blesa
fue un financiero que pasó a lo largo de su vida profesional de la cima a la
sima. Los problemas que tuvo con la
Justicia antes de
su muerte no tienen más respuesta que aquella que determinen los jueces. Los que nacimos pobres ya sabíamos desde la
tierna infancia que en un porcentaje altísimo también moriríamos pobres. La
honradez tiene un precio y, en no pocas ocasiones, es el de la pobreza. Necesitamos
para llevar una vida digna que podamos disponer a través de nuestro trabajo de
una cantidad de dinero suficiente para sacar adelante a la “tropa”. Pero lo triste es cuando,
para algunas personas, el dinero se convierte en el motor principal que mueve
sus vidas. Es verdad que la “avaricia rompe
el saco” y que una ambición desmedida lleva al desosiego más absoluto. No
conocía en profundidad la vida de Miguel
Blesa y nunca haré juicios de valor sobre aquello que desconozco. Lo cierto
es que posiblemente se viera acosado y con todas las puertas cerradas (nunca
terminamos de comprender que los poderosos no tienen sentimientos: tienen intereses)
y decidió quitarse el don más preciado de las personas: la vida. ¿Cuánto dinero necesitan los humanos para
bajarse del tren de las cifras y subirse al de las letras? ¿Cuánto cuesta
contemplar una puesta de sol cogido de la mano de la persona que amas? ¿Cuánto vale tomarse una cerveza con un amigo
del alma? ¿Cuánto cotiza en bolsa la risa de un niño y la mirada bondadosa de
un anciano? ¿Qué precio tiene el poder dormir en paz con Dios y los humanos? Lo
monetario es siempre efímero pero la felicidad compartida nunca lo es. Lo dejó
escrito para la posteridad don Francisco
de Quevedo: “Poderoso caballero es Don dinero”. Los sacos rotos desvencijados tirados por las
esquinas del alma. Las escopetas: ¡ay, cuanto daño han hecho a este país las
escopetas!
Juan Luis Franco –
Viernes Día 21 de Julio de 2017
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