miércoles, 30 de septiembre de 2015

Relatos de la luna llena (4): La sonrisa eterna






  El médico y las dos enfermeras que asistieron al parto de Ángel Bermúdez Perea quedaron gratamente sorprendidos de que un recién nacido primero llorara brevemente y después sonriera de manera placentera. Regordete, rubio y sonriente sus padres no tuvieron más remedio, en pura lógica, que ponerle Ángel. En verdad parecía un ángel de los pintados por Murillo. A las pocas horas de su llegada al mundo lo visitaban en el Hospital personal sanitario, enfermos y familiares para comprobar aquella inalterable carita sonriente. Lo que nadie podía sospechar es que aquel niño con pocos días que causaba con su dulce sonrisa la admiración de propios y extraños sería con los años un joven sonriente; después un hombre maduro sonriente y, en las postrimerías de su existencia, un anciano sonriente. Llevaba la sonrisa puesta como si la misma formara parte ineludible de sus facciones. Cuando de niño empezaron a preocuparse por su eterna sonrisa recurrieron a los conocimientos de la medicina para saber si este Ángel sonriente arrastraba algún tipo de enfermedad facial. Fueron exhaustivos los exámenes a los que distintos médicos lo sometieron sin detectar ninguna anomalía perceptible. Todo era normal aunque la sonrisa permanecía estática e inalterable. Si en la guardería (antes llamadas miguillas) la “seño” le llamaba la atención Angelito se sonreía. Si en el “cole” un maestro le corregía algún ejercicio de matemáticas mal resuelto él no dejaba de sonreír. En la Universidad se seguía sonriendo independiente de la seriedad de los temas que se trataran. Ya sus compañeros de estudios se acostumbraron a su perenne sonrisa y no tomaban a mal que al darle a alguno el pésame por el fallecimiento de algún familiar no dejara de sonreír. Un día, ya muy lejano en el tiempo, en que Ángel participaba en una sentada de protesta en la puerta de la Universidad  lo detuvo un policía (de los llamados entonces “los grises”) y como comprobó que al pedirle la documentación se sonreía se lo llevó esposado y lo introdujo a empujones en un furgón policial (llamados “lecheras”). Le dijo el avispado policía...”Te vas a reír de tu p… madre. Cachondeito conmigo poquito rojo de mierda”.  Llevaba la sonrisa en los genes y a pesar de intentar camuflarla con cambios de imagen como barba, bigotes o perilla todo fue inútil. La sonrisa le brotaba desde el fondo de sus ojos y tratar de eliminarla era absolutamente inútil. Más que un hombre feliz (que posiblemente lo fuera) lo que sin duda poseía era el don de la eterna sonrisa.

  Terminó la carrera como perito industrial y después de años deambulando de aquí para allá encontró por fin su trabajo mejor remunerado: peritando accidentes automovilísticos en una Compañía de Seguros. Causaba asombro y estupor cuando peritaba un accidente y le decía sonriendo al interfecto que el coche estaba para siniestro total pero que la póliza no se lo cubría. Al final y dada su enorme valía profesional la Compañía lo metió en un despacho ordenando papeles y resolviendo asuntos sin tener que mirar la cara de ningún cliente. Su sonriente rostro le empezaba ya a deparar más disgustos que satisfacciones. Tuvo tres hijos, dos varones y una hembra, y afortunadamente ninguno heredó el don de la sonrisa eterna. No había cuestión genética por la que preocuparse y con él nació y se moriría su cara risueña. Al menos le quedaba esta tranquilidad pues afrontar una sociedad como la actual con la sonrisa puesta a todas horas solo tenía dos lecturas: o se trataba de un bobalicón o de un pasota de los cojones (o las dos cosas juntas).
  Pasó su vida sonriendo incluso cuando como producto de algún disgusto alguna lágrima le corría por las mejillas. El cura que lo casó decía que nunca había escuchado un “Si quiero” más rotundo y sonriente. Enviudó cuando tenía recién cumplidos los setenta años de edad. Familiares, amigos, vecinos y antiguos compañeros le daban el pésame en una hilera donde desde el primero hasta el último ya sabían que sería de por vida, a pesar de sentir enormemente la perdida de su amada esposa, un viudo sonriente. La pena iba por dentro pero la sonrisa siempre estaba por fuera.

  Hoy, cuando Ángel Bermúdez Perea, ya ha cumplido los setenta y nueve años de edad, se encuentra recluido en una Residencia de ancianos situada en el Aljarafe sevillano. Allí transcurren sus días entre lecturas, visitas de familiares y amigos y departiendo sonrisas por doquier. Los que allí no lo conocen se dividen en dos bandos. Para unos se trata de un anciano muy bondadoso que sonríe beatíficamente a todo el mundo y para otros una persona mayor con síntomas de demencia senil. Él ya tiene asimilado que Dios –o la Madre Naturaleza-  le pondrían la eterna sonrisa en su rostro con alguna finalidad.  Si se quema con la sopa se sonríe, si se muere de frío en el patio también lo hace y si le ponen una dolorosa inyección les muestra su faz risueña Un mirlo blanco para el personal de la Residencia. Es un gran sevillista que lo mismo sonríe con las victorias de su Equipo que con las derrotas. Un hombre comprometido con el tiempo que le tocó vivir que sonría escuchando las tropelías de sus adversarios. Un verso suelto dentro de un poemario donde siempre manda el malhumor y el exabrupto. En la recta final de su vida ya todo le daba igual y sobraban las explicaciones de su eterna sonrisa. Al final, pensaba para sus adentros, peor hubiera sido estar siempre llorando. Risas y lágrimas marcando la senda existencial de las personas se traducían, en su caso, en  una eterna sonrisa.


Juan Luis Franco – Miércoles Día 30 de Septiembre del 2015

lunes, 28 de septiembre de 2015

Cuatro siglos sevillanos





Se cumplen ya cuatro siglos, cuatrocientos años, desde que Juan Martínez Montañés le pidiera prestada al Sumo Hacedor su gubia divina para esculpir al Señor de la Pasión. Lleva, como el que si quiere la cosa, cuatro siglos entre nosotros. Tuvo un periplo por conventos e iglesias hasta desembocar, como los ríos hacen con la mar, en su sitio natural: la Iglesia Colegial del Divino Salvador. Allí, entre penumbras y luces multicolores que se cuelan por las vidrieras para rendirle pleitesía, se cierra el círculo perfecto: Salvador, Amor y Pasión. Sale a la calle, si el tiempo y el Meteorólogo Mayor –su Padre- lo permite, cuando el atardecer del Jueves Santo se va alejando por la cornisa del Aljarafe para dar entrada a la luz que, en la eterna madrugada sevillana, se presiente entre un Arco y un Puente. Cuentan que un arzobispo (Antonio Despuig) después de rezar largo tiempo a sus plantas dijo: “El único defecto que tiene es que solo le falta respirar”. Quien lo hizo dicen que cuando lo veía en la calle dudaba de que aquel  portento fuera obra suya. Camina despacio y encorvado por el peso de la cruz y su trono de plata es un santuario que lo eleva por entre la gente al cielo de la Ciudad. Lo ven pasar en profundo silencio como si pasara alguien cercano y misericordioso que a la par que marca su destino también lo hace con el de todos nosotros. Viéndolo el creyente reafirma su fe y el agnóstico duda de que como puede existir Pasión sin haber un Dios en los cielos. Nadie, ante su presencia, puede quedar indiferente. Se nutre del dolor ajeno y, a través de su rostro, lo devuelve reflexivo, hondo, bondadoso e interiorizado. Algunos quieren ver en su cara la huella de la mansedumbre cuando no es más que una manera franciscana y mercedaria de asumir con nobleza lo inevitable. Un día llevé a su Capilla a un amigo madrileño de sentires flamencos para que lo viera sin prisas en las distancias cortas.  Era un creyente en horas bajas (lamentablemente ya no está con nosotros) pero al salir me dijo algo que me conmovió: “Créeme querido amigo que ha sido una de las experiencias espirituales  y reflexivas más fuerte que he tenido nunca. Pasión lleva a Dios en la cara y a la vida en las manos”. Fran Silva, su Capiller, es quien mejor ha sabido expresar la grandeza de Pasión en imágenes. Pasa  tantas horas a su lado que ya no sabe quien de los dos hace clic en su máquina de fotos. Cuatro siglos de amor eterno entre una Ciudad que se ennoblece en sus tradiciones y una Imagen cumbre de la imaginería de todo el orbe cristiano. Cuatro siglos, cuatrocientos años de la llegada a Sevilla de Pasión. Llegó, para mayor gloria de la Ciudad, con la intención de quedarse para siempre entre nosotros. Ser sevillano/a y no verlo debía considerarse pecado. Es Pasión y recibe todos los días del año en su Capilla de la  Iglesia del Salvador.  Han pasado ya cuatrocientos años: cuatro siglos sevillanos.


Juan Luis Franco – Lunes Día 28 de Septiembre del 2015


domingo, 27 de septiembre de 2015

Anticlericales





La definición que, en su introducción, hace Wikipedia sobre el anticlericalismo dice: “Es un movimiento histórico contrario al clericalismo, es decir, a las influencias de las instituciones religiosas en los asuntos políticos o en la sociedad, ya sea este real o una presunción”. Se decía hace ya algunos años que España era un país donde la gente siempre iba detrás de los curas: unas veces con velas y otras con palos. Parecía que con la llegada de la Democracia y la consiguiente separación Iglesia-Estado las cosas alcanzarían el camino de la racionalidad. Nuestros gozo en un pozo. Ahora con la irrupción en la vida política y social española de esto que llaman “fuerzas emergentes” de nuevo vuelve a aparecer, en su versión más cutre, el anticlericalismo.  En lo que a Sevilla se refiere empiezan a molestarles el sonido de las campanas, los ensayos de las bandas de cornetas y tambores y todo aquello que les huela a incienso (aparte de, en un ejercicio de suma intransigencia, llamar “muñecos” a imágenes devocionales). Nada tendríamos que objetar, más bien todo lo contrario, de que la sociedad española se logre articular social y políticamente a través de los distintos posicionamientos ideológicos, sociales y/o culturales en ella existentes (en eso consiste una verdadera Democracia).  No se es mejor (o peor) persona tan solo por asistir a misa diaria y, tampoco, te conviertes de un plumazo en buena (o mala) gente por reciclarte en un Bakunin de andar por casa. En mis lejanos años juveniles me consideraba un firme militante del agnosticismo (aquellos que ni creen ni descreen de la existencia de Dios). Impregnado de los ardores revolucionarios de la juventud estaba plenamente convencido de que el contumaz nacional-catolicismo era un elemento ideológico (de dominación) al que había que combatir desde todas las formas posibles. Ahora mis posicionamientos de persona con muchos años vividos a las espaldas se mueven más en las más elementales necesidades de convivencia (con los demás y con uno mismo). Tan solo respetando las ideas de los demás (salvo las de corte fundamentalista)  estará uno legitimado para exigir que se respeten las suyas. Vivimos en una sociedad de cartón piedra donde prevalece la forma sobre el fondo de las cosas. La eterna cuestión de marginar a los librepensadores. La España ancestral que de cuando en cuando adopta, artificialmente, nuevas formas para que nada cambie y todo siga igual.  Llegan los anticlericales que, en no pocas ocasiones, manejan un discurso tan reaccionario como el de los clericales al uso. España, la eterna España.


Juan Luis Franco – Domingo Día 27 de Septiembre del 2015

viernes, 25 de septiembre de 2015

1946




“Uno es lo que fue su infancia.
Ahí esta la llave. Después te pules
o degeneras. Según tu cabeza”
- Paco de Lucía -

El pasado diez de agosto cumplí la friolera (en este caso la calentera) de ¡sesenta y nueve años de edad! (así, escrito con letras, suena menos erótico que si escribo 69). Una pira de años que, estoy casi convencido, han sido vividos con la positiva intensidad que la vida demanda y requiere. Nací o mejor me nacieron en el cuarto (habitación) que disponíamos como vivienda en el Corral de las Vírgenes situado en la sevillana calle Conde de Ybarra (vulgo Condibarra).  Parteó a mi madre una matrona de la Puerta de la Carne a la que apodaban popularmente como “Paquita la Borracha”.  No quiero ni pensar el calor que pasaría la santa de mi madre aquel diez de agosto de 1946. Hacia siete años que había terminado la Guerra in-civil española y los estragos de la contienda había llevado a la población a unos niveles de pobreza y miseria absolutamente demoledores. Se decía, siendo verdad, que en aquellos años era imposible ver a ningún gato apostado en un tejado. Fue la temporada (1945/46) en la que el Sevilla FC ganó el titulo de una Liga que concluyó el 31 de marzo de 1946 (como yo todavía no había nacido espero que ningún bético me culpe de ello). Precisamente el 9 de febrero de aquel año la ONU condenó al Régimen de Franco prohibiendo el acceso de nuestro país a la citada organización (en fase de constitución). Pero, sin lugar a dudas, el hecho más importante a nivel internacional de 1946 fue el “Proceso de Nuremberg” que determinó poner fin al periodo del terror nazi y la finalización de la II Guerra Mundial.  Fui el segundo varón que tuvo mi madre cerrando su ciclo materno con el alumbramiento posterior y definitivo de una niña. Aquel año, a que dudarlo, pasarían muchas cosas pero para mi madre ninguna tan importante como haber parido a un zoquete integral que creo le proporcionó muchas más satisfacciones que quebraderos de cabeza. Dicen que mi bautizó ocurrido -donde si no- en San Nicolás de Bari duró dos días de cante y vino y, posiblemente, ahí naciera ya mi inveterada afición al Flamenco. Sesenta y nueve años que son los mismos que llevo  amando a una Ciudad a la que trató de descifrar sentimental y culturalmente cada día. No desespero y espero conseguirlo algún día. Nunca es tarde si la tierra es buena y esta es la mejor.


Juan Luis Franco – Viernes Día 25 de Septiembre del 2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Paco Reyes “El Paquiro”


La muerte, a ciertas edades, se no representa como un lento tren sin retorno que se para en cada estación para ir recogiendo pasajeros que nunca nos serán devueltos.  Cuando de nuevo se pone en marcha toca el pito y nos nubla los ojos con su  nube de carboncillo y sus olores a orfandad. El mismo día que nos enteramos del fallecimiento del grandísimo actor Carlos Álvarez (inmortal en su papel del “vecino” de la gran película “Solas” de Benito Zambrano) nos llega igualmente la triste noticia de la muerte de Paco Reyes “El Paquiro”.  Francisco Liñán Reyes, nacido en el Barrio sevillano de San Román, ya deslumbraba desde niño con sus grandes dotes para el Arte Flamenco. En sus comienzos era conocido como “El Bizco de San Román” y podemos afirmar que sus fandangos producían el mismo escalofrío que los que cantaba por la Macarena Manolo Vega “El Carbonerillo”.  Paco Reyes, primero con el trío “Los Paquiros” y después en su fructífera etapa en solitario, siempre gozó de una gran fama en una Ciudad que como Sevilla siempre sabe elegir a sus artistas más señeros.  Los años setenta lo elevaron a sus cotas de popularidad más alta. Los discos grabados por “El Paquiro” superan la treintena y todos con una excelente acogida. Nos deja temas inolvidables que siempre formarán parte de la memoria sentimental de la gente. Tales como: “El preso número 9”; “Carmen”; “No te enamores”; “Tu hora de amor” o “Volverás conmigo”.  Unía a sus dotes artísticas una depurada y exquisita sevillanía y una bonhomía verdaderamente admirable. Forma ya parte irreductible de la memoria sentimental de una Ciudad que cada día se nos va quedando más huérfana de referentes como Paco Reyes “El Paquiro”. Aquellos que con su arte hicieron felices y soñadores a los pueblos siempre serán eternos.  “El Paquiro” fue uno de ellos.


Juan Luis Franco – Miércoles 23 de Septiembre del 2015