Con la gente que aprecio y que me demuestran de manera permanente que también me aprecian suelo ser bastante magnánimo. A estas alturas de la “película” de la vida ya nos van quedando muy pocos amigos como para encima poner en cuarentena a algunos de ellos. Todos tienen (tenemos) una manera peculiar de entender la vida y sus complejas circunstancias y mostrarse benevolente con los amigos se nos antoja como un ejercicio de resistencia existencial. Mi buen amigo Enrique, originario del Barrio de San Bernardo, siempre lo contesta todo por duplicado. Cuando nos vemos que, afortunadamente, suele ser con bastante frecuencia siempre me responde utilizando la duplicidad por bandera. Tú le preguntas: “Oye Enrique, ¿sabes algo de Casimiro?” Y la respuesta es: “No, hace tiempo que no lo veo…. que no lo veo”. Así todo: “¿Viste al Betis el domingo?...... “Si que lo vi… lo vi”. Lo que no me aclara es si lo vio una o dos veces. José Saramago en su excelente novela “El hombre duplicado” consigue que don Tertuliano, un profesor de historia, descubra a su doble en forma de actor. El hallazgo fue viendo una película en un cine. Desde entonces ya dedicará una parte importante de su tiempo en buscarlo. Dicen que todos tenemos un doble aunque difícilmente lo encontraremos alguna vez. ¿Y si por los avatares del destino un día nos encontramos con él? ¿No nos gustaría conocerlo y saber a que se dedica y en que utiliza su tiempo libre? Entiendo que mi amigo Enrique cuando se casó lo hizo dos veces pues el “si quiero” lo repitió. ¿Y si en el caso de Enrique el doble que todos tenemos conviviera con él formando una sola persona? Así cobrarían pleno sentido sus respuestas: primero contesta él y luego lo hace su doble.
A efectos burocráticos había una época donde mandaba el papel y donde todo se presentaba por duplicado. Te devolvían una copia sellada y se quedaban con el original. La duplicidad como elemento corrector a través de la metafísica. Todo era por duplicado incluyendo a la vida misma. A la gente no les importaría duplicar los buenos momentos y enterrar los malos en las laderas del Monte del Olvido. Repetir las malas experiencias se nos antoja como un vano ejercicio de masoquismo. En mi primeros años laborales primaba el “papel carbón”. Se trataba de una lamina negra que se introducía entres dos folios y luego se depositaba con parsimonia en el rodillo de la máquina de escribir. De esta forma lo escrito se hacía por duplicado. Original y copia de una sola tacada. Convenía tomar por los filos esa mágica hoja negra pues en caso contrario te manchaba los dedos. Si recorres un mismo camino de ida y vuelta no haces más que recorrer la misma distancia por duplicado. Uno por uno uno y uno por dos dos. La duplicidad se nos manifiesta más que en una suma o en una multiplicación en un proceso extensivo.
Da miedo pensar que en cuanto nos rodea cobrará forma la duplicidad. ¿Alguien se imagina otro Donald Trump y a otro Putin? ¿Podríamos soportar que esta pandilla de corruptos sin alma y sin vergüenza que rodean nuestro país pudieran duplicarse ellos mismos? Preguntas y respuestas por duplicado. Cuando Enrique me dice: “Bueno Juanlu tengo que irme…que irme” en realidad se va una sola vez. Aunque siempre me deja la duda de si tendría que haberme despedido yo también un par de veces. Lo digo por quedar bien con él y con el hipotético hombre duplicado que anida en su interior.
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