jueves, 17 de julio de 2014

Cuentos de azotea: 3. Mal día para dejar de fumar




Cuentos de azotea

3. Mal día para dejar de fumar

    La noche anterior había conseguido terminar después de una quinta intentona el “Ulises” de James Joyce. Sinceramente no era capaz de confirmar de si estábamos ante una de las obras maestras de la Literatura o ante un tostón infumable. Arrancó el día como suelen arrancar los malos días: acabándose el agua caliente en plena ducha y cortándose en el posterior afeitado. Coincidió en el ascensor con ese vecino que siempre te plantea problemas de la Comunidad que escapan a tus conocimientos y a tu interés. Comprobó que delante de su coche estaba mal aparcado el de un energúmeno que además le había echado el freno. Desistió  siquiera de intentar moverlo y se marchó al trabajo en el autobús. La mañana no es que amenazara  lluvia sino que empezó a llover. Evidentemente no llevaba paraguas. Se puso los auriculares de su MP3 para escuchar las noticias. Un canalla había matado a su exmujer y a su suegro en un pueblo de Castilla-La Mancha. La Guerra ucraniana había alcanzado cotas de máxima violencia.  Las barbaridades más atroces se seguían cometiendo impunemente contra las niñas en África.  Un Diputado de no sabía donde se había llevado hasta los muebles de su despacho. La pareja de moda había dejado ya de ser pareja de nada. Los datos del Paro de la EPA seguían siendo demoledores. El Betis había perdido con la Ponferradina.  Y…ya no pudo más y se desprendió de aquel artilugio que parecía estar conectado con Satán. Llegó por fin a su puesto de trabajo de informático en una Empresa de productos lácteos. Decir que iba de mala leche resultaría además de un chiste fácil gratuito.

    A media jornada lo convocaron para una información complementaria sobre un nuevo producto que se iba a lanzar al mercado: el yogurt “Cagotren”.  Se iba a lanzar una campaña publicitaria por todo lo alto (en este caso por todo lo bajo).  El anuncio central para la televisión eran dos viandantes con actitudes bien distintas. Uno iba con cara de estreñido y el otro caminaba feliz y risueño. Se planteaba el siguiente dilema ¿averigua a cual de los dos se le olvidó anoche tomarse su yogurt de “Cagotren”? En los paneles publicitarios de las paradas de los autobuses se colocó un enorme váter vacío con el siguiente lema: “Con Cagotren sin disimulo ya estaría aquí posado tu culo”.

    En las vallas publicitarias de las grandes avenidas de la Ciudad se colocaron grandes reclamos para el uso y abuso de “Cagotren”. Un anciano de edad muy avanzada señalaba con el dedo diciendo: “Quien caga a diario se olvida de farmacia y recetario”.

    Salió de la reunión hasta las narices de tanto ejercicio defecatorio. No pudo evitar de manera instintiva pensar para sus  adentros: ¡Joé, esto es pa cagarse!   Cuando por fin pudo sentarse en su mesa de trabajo y abrió la pantalla del ordenador observó que tenía tres mensajes urgentes y a cual más negativo. Su esposa le decía que quería ser su amante y su amante que quería ser su esposa.  Tenía ya disponible el Borrador de su Declaración de la Renta  donde le salía a  pagar (786 euros). A pesar de que la tarde anterior se había planteado definitivamente dejar de fumar no pudo evitar buscar de manera compulsiva en el cajón de su mesa un pitillo salvador.  Allí estaba terso y provocador dentro de su cajetilla esperando una boca ansiosa encuadrada dentro de un espíritu débil.  La tentación vive abajo (en el cajón).
    Se marchó momentáneamente  a la azotea del edificio lugar habitual de fumadores compulsivos.  Encendió su cigarro envuelto en una soledad tan solo rota por el rumor del transitar de coches y viandantes en la calle más el trinar de algunos juguetones  gorrioncillos. Notó que sobre su hombro derecho caía algo espeso y viscoso. Una paloma posiblemente había probado el “Cagotren”  vaciando  sobre él su carga  en pleno vuelo.  De pronto empezó a llover sin previo aviso teniendo que refugiarse por la vía rápida en el rellano de la escalera. Alguien había tirado al suelo un  trozo de kiwi y se resbaló bajando a trompicones no menos de media docena de escalones.

    Terminó el día en el servicio de urgencias de un hospital donde le diagnosticaron fractura de tibia y peroné. Mientras en una ambulancia lo trasladaban a su domicilio pensó para sus adentros que, efectivamente, había elegido un mal día para dejar de fumar. Cuando sentado en su butacón preferido reposaba su pierna en alto pensó que posiblemente podía haber sido peor. Empezó la lectura de “Dispara, yo ya estoy muerto” de Julia Navarro y llegó al convencimiento de que el titulo estaba pensado para él y su desafortunado día. Encendió la radio y lo primero que escuchó fue el anuncio del “Cagotren”. Al final no pudo dejar de esbozar una leve y resignada sonrisa. No hay mal (estreñimiento) que dure cien años ni aparato digestivo que lo resista. Vio a través del cristal de la terraza que la tarde poco a poco se iba revistiendo del negro manto de la noche. En el cielo una estrella mostraba su solitario fulgor bajo un manto azulado de incipiente verano. La cruz verde de la farmacia se encendía y apagaba de manera monótona y repetitiva mientras un panel electrónico decía que eran las 21 horas y que hacia un temperatura de 24 º.  Cantaba un arias María Callas en un programa de RNE y parecía que la cosa tenía trazas de enmendarse. Sintió la llave girar en la puerta y ya supo que, afortunadamente, todo lo malo era ya  historia.

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