domingo, 15 de marzo de 2015

Huérfano de la Red





Por tener que sustituir mi ya obsoleto ordenador y sus elementos accesorios estuve recientemente un tiempo sin conexión a Internet. También quería aprovechar para plantearme el cambio de Compañía. He estado desconectado a Internet casi dos meses. Aclarar, eso si, que en circunstancias normales y disponiendo de mucho tiempo libre mis “enganches” a Internet difícilmente superan las dos o tres hora diarias. Sin embargo reconozco que la carencia durante ese tiempo de ese contacto con lo que me rodea e interesa me produjo una cierta desazón.  Visitar cada día las ediciones digitales de los periódicos; visitar los blog de gente que considero interesante o navegar en busca de conocimientos y sentimientos ya forman parte de mi vida. Dentro de los artilugios que utilizamos a diario y que ya forman de nuestra vida cotidiana esto que llaman la Red se nos representa como algo casi imprescindible. En nuestras conversaciones hemos pasado del “lo escuché en la radio o lo he leído no se donde” a “lo he visto en Internet”. Es como si aquellos –o aquellas- que no estuvieran conectados a Internet no existieran. Le dices a alguien “te lo mando por correo electrónico” y si te dice que no lo tiene lo miras como a un bicho raro.  También, dicho sea de paso, existen casos que en un ejercicio de falsa exquisitez “progre” alardean de no tener Internet ni tampoco, evidentemente, ver la televisión. Todas aquellas herramientas que, en positivo, sirvan para poder relacionarnos mejor y ampliar nuestros conocimientos bienvenidas sean. El buen o mal uso que demos a las mismas es ya otra cuestión.  Reconozco que cuando por fin reanudé mi “romance” con la Red sentí una cierta sensación placentera. Es como si hubiera dejado aparcado a un viejo amigo y mejor aliado y volviera a recuperarlo. Me ocurre como cuando vuelvo a ver alguna de mis películas de culto. Son reencuentros que te hacen crecer como personas y es como si te dijeran: “Vaya, menos mal, creí que te habías olvidado de mí”. La orfandad del alma es la peor de todas pero después le sigue la del intelecto desprotegido.  Navegamos solos por los mares de la vida y los sueños y cualquier tablón donde asirnos siempre será bienvenido.  En definitiva huérfanos de la Red.

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