Reconozco sin complejos que cuando termine esta pesadilla que nos ha tocado vivir mi vida discurrirá por los mismos derroteros. Anhelo, eso sí, la hermosa posibilidad de volver a abrazar a mis nietos. ¡Cuanto los añoro! Retornaré a mis gratificantes paseos mañaneros por el corazón de la Ciudad antigua y señorial. Allí donde transcurrió mi infancia y juventud. Recuperaré, de manera armoniosa, mi pasado y mi presente. La fuente y caudal de mis más nobles sentimientos. Siempre es bueno distinguir que no es lo mismo "vivir de los recuerdos" que "vivir con los recuerdos". Este confinamiento no ha hecho más que sacar a flote mi alma mitad bohemia y mitad franciscana. Como volvían las oscuras golondrinas de Bécquer volveré a pisar la Plaza de las Mercedarias. Pasaré despacio por la casa natal de Miguel Mañara Vicentelo de Leca y me pararé a leer el azulejo que unos amigos de Madrid le dedicaron a Fernando Villalón. Entraré en la Iglesia de San Bartolomé para sentir en toda su plenitud el aroma de la vieja Judería sevillana. Luego me pasaré a retomar mi viejo y eterno romance espiritual con la Dama que vive y atiende en San Nicolás. Decían los viejos del lugar que en noches de luna llena su espíritu vaga radiante por los Jardines de Murillo. A mediodía me pasaré por Casa Coronado para, entre encuentros con viejos amigos, rendirle culto a la Diosa pagana de la Ciudad: la Cruz del Campo. Mi alma de Judería sevillana se volverá a su "cueva" pletórica y henchida de emoción. Vivir para sentir y sentir para vivir.
lunes, 25 de mayo de 2020
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