jueves, 19 de octubre de 2023

La pena infinita



El triste fallecimiento de Álvaro Prieto ha provocado en Andalucía y en el resto de España una tremenda catarsis de dolor y solidaridad. Este muchacho cordobés tenia 18 años de edad y toda una vida por delante para cumplir sueños y proyectos. Jugaba en el juvenil del Córdoba CF y todos los que lo trataron coinciden en que era buen estudiante, gran deportista, muy familiar y cercano en sus afectos. Una persona entrañable llena de ilusiones y con un prometedor futuro. Poco mas podemos añadir sobre su muerte y las circunstancias que la provocaron. Un fatal accidente que cercenó una vida muy joven llenando de dolor y desconsuelo a sus familiares y seres queridos. Los humanos no pueden pasar un trance mas doloroso que la perdida de un ser querido cuando esta ocurre en plena juventud. La vida está diseñada para que los hijos entierren a los padres y nunca al revés. Todos hemos pensado estos días en que tenemos un nieto, un hijo o un hermano de la misma edad de Álvaro. El “amarillismo militante” de este maltratado y querido país no ha perdido la ocasión para sacar a pasear su artillería de bulos. Se inventan conjeturas y opiniones de “expertos” para alargar y cubrir “programas informativos” cuya única y espuria finalidad es hacer caja. En eso consiste este  funesto “amarillismo informativo”: en convertir las tragedias familiares en espectáculos mediáticos. Hoy, mas que nunca, conviene acudir para informarse a Medios donde prime el rigor y la objetividad. Todavía, afortunadamente, nos quedan algunos. Que duda cabe que en este desgraciado accidente quedan algunas incógnitas por despejarse y bien haremos en dejar que las resuelvan los verdaderos expertos. No podemos entrar en el juego de las conjeturas que tan solo consiguen enmarañar las investigaciones policiales. Durante siete años cada jueves tomaba el tren de cercanías que me llevaba a Dos Hermanas a ver a mis nietos. Llegaba con bastante antelación a la Estación de Santa Justa y siempre tuve claro que los aledaños de la misma  -sistema de Seguridad incluido- eran manifiestamente mejorables (no olvidemos que la imagen de Álvaro encima del vagón quien la recoge es una cámara de una Gasolinera cercana). No estaría de mas que este trágico accidente sirva al menos para alejarnos de nuestro ancestral tercermundismo. Bien está que estemos instalados en una Sociedad donde mandan los protocolos pero sin olvidarnos de que las personas son el eje fundamental de todas las cosas. La muerte de este muchacho rompe todos los esquemas de la racionalidad existencial y nos deja con el animo por los suelos. No tocaba, no le tocaba morirse. Mostrarnos solidarios con su familia nos redime como humanos y, como creyentes, hacerle una pregunta y una plegaria al Dios de nuestros mayores: “Por qué permites que pasen estas cosa asumiendo que, en días de dudas, se haga tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo”. Son esos funestos momentos donde  conocemos el verdadero rostro de la pena infinita. 

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