A solas soy alguien,
valgo lo que valgo.
En la calle, nadie
vale lo que vale.
(Gabriel Celaya)
Decía el gran Serrat en una reciente entrevista que al cumplir los 80 años de edad te das cuenta de forma meridianamente clara que, civil, social y culturalmente, ya has dejado de existir. Te has vuelto invisible. De tí ya tan solo se habla en pasado como si ya no pertenecieras, por pleno derecho, al Reino de los vivos. Da igual que tu profesión fuera la de actor, cantante, administrativo, fontanero, deportista o funambulista de un Circo. Todo queda amortizado por quedarte fuera de la inmisericorde ecuación de las sociedades capitalistas que nos sitúa como productores y consumidores. Tu forma de pensar, sentir y proceder queda diluida en un concepto grupal.
Curiosamente hay dos franjas de la vida que son la juventud y la vejez donde parece ser que ya todo funciona en clave corporativa. Se nos contextualiza en función de la edad. El individuo desaparece y se le incluye en lo estrictamente grupal. Se habla de los jóvenes y de los mayores dando por sentado que todos piensan lo mismo y padecen los mismos problemas. Se habla de las necesidades de los jóvenes y mayores pero nunca de los cuarentones. Estos van por libre y se les concede el beneficio de la duda existencial. Se les valora individualmente y se les corporativiza en función de criterios ideológicos, sociales, culturales o personales. Se le abren las expectativas sociales a caballo entre el trabajo y el tiempo libre. ¿A que dedica el tiempo libre? que cantaba el incombustible José Luis Perales. La diferencia estriba en que mientras a los cuarentones siempre se les concede el libre albedrío a las personas octogenarias se les niega esa posibilidad. Se les suelen programar sus ratos de ocio y se les suele tratar de un modo falsamente paternalista. La sempiterna y todavía presente teoría del “avioncito” tanto en residencias como en hospitales. A la hora de comer se le levanta la cuchara de sopa frente a la cara y se le dice: “Juanito, abre la boquita que viene el avioncito “. Afortunadamente la longevidad cada día alcanza mayores cotas y la cuestión es que esto empieza a ser un problema para algunos Gobiernos. Que la vida en su epílogo existencial se pueda vivir con dignidad conlleva un enorme gasto asistencial. Se trata de ahorrar en los Presupuestos para que el reparto del botín entre algunos políticos sea más elevado. Solo se acuerdan de la soledad en la que viven algunas personas mayores (y no tan mayores) en las Fiestas Navideñas. Toca en esos días una sobredosis impostada de bondad y solidaridad. Después cuando Papá Noel se afeita la barba y los Reyes Magos aparcan sus camellos en las jaimas del desierto que cada cuál se busque la vida. Cuando el paso de los años te ha tratado bien dándote un magnífico entorno familiar. Cuando te mantienes bien tanto en lo físico como en lo mental. Cuando todavía sueltas una lágrima viendo una buena película, leyendo un buen poema o escuchando un cante por Soleá. Cuando el dolor ajeno todavía sigue formando parte de tu existencia. Cuando todavía pegas un salto en el sofá ante un gol de Betis. Cuando te sigues emocionando al abrir la ventana por la mañana y ves la obra de Dios al descubierto. Cuando la ilusión a pesar de los muchos escollos de la vida forma de tu equipaje. Cuando la Fe, entre dudas y certezas, te sigue acompañando por los senderos de la Esperanza. La vida, tu vida, sigue activada.
Pocas prisas debes tener por “entregar la cuchara”. Lo reflejaba con nitidez el titulo de una película interpretada por el gran Warren Beatty: “El cielo puede esperar”. Lo decía mi querido y añorado amigo Fernando: “No se donde nos mandarán después de fallecer pero seguro que nunca puede ser mejor que Sevilla”.
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