martes, 7 de octubre de 2025

Paseando por la Ciudad de las prisas



La puerta de la muralla
 le dice hola al que llega
y hasta luego al que se vaya.

Cuando Fermín Garrido de las Heras salió de su casa situada en la sevillana calle Abades sintió una cierta sensación de felicidad. Hacia casi dos meses que no ponía un pie en la calle motivado por un ataque agudo de gota que lo tuvo con el pie derecho apoyado en un taburete de estilo renacentista. Casado en segundas nupcias con Margarita Fernández del Moral tenia un único hijo que ejercía de Profesor de Literatura en Boston. A sus dos nietos, Fermín e Isabel, que ya navegaban por los difíciles mares de la adolescencia los veía cada semana a través de las video-llamadas. Apoyado en un bastón rematado con una cabeza plateada de perro sacó a pasear sus recién cumplidos 85 años de edad. Derecho como una vara de mimbre lorquiana gozaba del placer de poder volver a callejear por las céntricas calles de la Ciudad. Una primera visita a la Iglesia de Santa Cruz donde un 19 de Mayo de 1972 contrajo matrimonio con Lourdes Cifuentes Garrido, su primera mujer, que un infausto día de Febrero se marchó para siempre con el Cristo de las Misericordias. Se quedó viudo muy joven con un niño muy pequeño al que, con la ayuda de su hermana Alicia, consiguió sacar adelante.
Durante toda su vida ejerció de alto funcionario de Correos en una época donde la gente al ver una carta en el buzón no se le aceleraba el pulso. El cartero siempre llama dos veces y si no contestan no está de más volver a insistir una vez más. Se configuraba como un sevillano culto; elegante en sus formas; pausado y conciso en sus hablares y siempre utilizando el bendito don de la discreción. Cuando salió de la Iglesia de Santa Cruz dudó si avanzar por los confines turísticos de Mateos Gago o adentrarse por los laberintos cernudianos de la calle Aire. Optó por lo segundo pues sabia lo que le esperaba si se adentraba en los contornos laterales de la Catedral. Una ingente cantidad de turistas desnortados y algunos comiendo por las calles trozos de pizas o plátanos. Diseminados en pequeños grupos detrás de un banderín que los enganchaba a la pobladas zonas monumentales. Pensó para sus adentros que era bien cierto aquello de que: “Sevilla es una Ciudad que se goza en las ensoñaciones y se padece en las realidades”. Cada día iba notando que la Ciudad ya no le pertenecía y que los tiempos y sus modismos se habían llevado por delante una parte considerable de su idiosincrasia. La mayoría de los llamados establecimientos tradicionales habían desaparecido dándole paso a unos negocios irrelevantes en plan franquicia, cutres y globalizados. El feísmo, la horterada y la suciedad campaban a sus anchas y se podía comprobar que el mercantilismo por un lado y los sempiternos “Depositarios de las Esencias “ por otro mandaban en la Ciudad. Los inventos que provenían de la Casa Grande para mejorar la vida de la gente se quedaba muchas veces en inventos más que en mejoras. Todo se enredaba en debates superficiales que no eran más que subterfugios para enmascarar los verdaderos problemas de la Ciudad. La vivienda se había convertido en un sueño inalcanzable para la gente joven. Los pisos dedicados al Turismo se habían adueñado por completo de las calles céntricas de la Ciudad. Los patinetes, bicicletas y lectores de wassap con la cabeza gacha habían convertido la buena costumbre de pasear en un ejercicio de alto riesgo. Una Ciudad convulsa donde las prisas imponían su feroz dictadura.
Conocía por la prensa que en los últimos días se habían producido dos excelentes noticias. La próxima reapertura de la Antigua Iglesia del Convento de San Hermenegildo y el “estreno” de las remodeladas Atarazanas (uno de los sitios más cargado de historia de la Ciudad) para su posterior uso cultural y social. Con las Atarazanas se había producido uno de esos conflictos de uso y abuso a los que la Ciudad era tan proclive.
Siempre consideró que la belleza histórica y monumental de la Ciudad era de tal dimensión que ni incluso las barbaridades urbanísticas cometidas a lo largo de su Historia habían podido desfigurarla del todo. Era consciente de que las grandes obras de Sevilla siempre marcan a los presupuestos en dos dimensiones. A saber: nunca se cumplen los plazos de ejecución y siempre aumentan considerablemente las partidas presupuestarias. Nada nuevo bajo un sol de justicia que cada día se alarga más en el tiempo. El largo y cálido verano cada día es más largo y también más cálido.
Su paseo le llevó como siempre a la Capilla de San Onofre en la Plaza Nueva. Un pequeño pero necesario remanso espiritual que se mostraba orgulloso como ultimo bastión de la franciscana y monumental Casa Grande de San Francisco. Asumía sin complejos que era una persona que cada día creía menos pero que también rezaba más. Buscaba al Dios machadiano de mares, olmos y veredas para poder un día tenerlo cara a cara y poder hablar con Él. Siempre tuvo muy claro que no existe huida más inútil que la que emprende el ser humano huyendo de si mismo. Terminó su paseo matutino en la Plaza de san Francisco donde estaba instalada la “Feria del Libro Antiguo y de Ocasión “. Allí, en la caseta de Boteros, compró un par de libros. “El pacto de los asesinos” de Max Gallo y “Todo un hombre” de Tom Wolff. Libros que, en definitiva, nos mostraban que la barbarie actual ni es nueva ni será la última. Por allí merodeaba Fali Castizo, otro noble buscador sevillano de libros de siempre y de discos del pasado. Era plenamente consciente de que vivía en un mundo caótico donde la barbarie programada desde las altas instancias quedaba normalizada por los acólitos de la mentira disfrazada de relato. Temía por el futuro de sus nietos pues sabia que configuraban una Generación donde la incertidumbre vivencial posiblemente sería una moneda corriente en el discurrir de sus vidas cotidianas.
 Después de comprar el periódico en el Kiosco de la Plaza esquina a Sierpes emprendió su camino de vuelta. Al pasar por la calle Bamberg se cambió de mano la bolsa con los libros y comprobó que la Cultura pesa. Llego a la puerta de su casa y depositando la bolsa en el suelo llamó al timbre de la puerta. Una voz de mujer que acompañaba cariñosamente sus días y sus noches dijo: “¿Quién es?” La respuesta siempre estaría en el viento de los amores compartidos: “Soy yo, abre”. Se abrió la puerta y se cerró Sevilla.

No hay comentarios: