viernes, 27 de febrero de 2009

Disfrutando la dulce espera.

Ya han sido derrotados por la luz los duros y grises días invernales. Ya, de manera sincronizada, avanzamos imparables y gozosos hacia el día más luminoso que soñarse pueda: el ansiado y presentido Domingo de Ramos. Nos despojamos de nuestro disfraz carnavalesco y efímero para entrar con paso lento pero firme en la soñada Cuaresma. La Ciudad se despereza como una bella mocita recien levantada asomada a su balcón. Saludando feliz y risueña a la radiente mañana.

Atrás quedaron los días de recogimiento hogareño. Acurrucados en acogedores braseros que nos retrotraen a una infancia lejana pero siempre presente. Hogar dulce hogar. De tardes/noches de plácidas y sosegadas lecturas. Las mismas que nos hacen reflexionar y soñar escuchando la sinfonía de fondo del repiqueteo de la lluvia detrás de los cristales. Venimos siempre de una largo y caluroso verano que nos abrazó con su manto de fuego pero que no logró derrotarnos. Luz del Astro Rey que sin piedad se enfurece y que provoca un éxodo temporal hacia los mares sureños. Luego entramos en un Otoño donde vimos caer las hojas de los árboles y alfombrar la Plaza de San Lorenzo. “Esta tarde ví llover/ví gente correr/ y no estabas tú…..”. Casi sin notarlo nos adentramos en un breve pero duro invierno que nos hizo salir a la calle embozados como fantasmas enguatados en lana. Aguantamos, vivimos, laboramos, amamos y sufrimos con la esperanza de llegar a la meta donde empiezan los preámbulos del gozo.

Dicen que “todos los caminos conducen a Roma” y en Sevilla, todas las estaciones del año nos llevan a las puertas de la Primavera. Nadie pudo nunca descifrar si esta Ciudad es madre, hermana, esposa, novia o amante. Posiblemente su embrujo y su verdad sea que es de todo un poco, según se le reclame y demande por la vía del cariño. No es cuestión casual que se le denomine la Tierra de María Santísima. No podía ser de otra manera. Soñarla, añorarla y presentirla desde la cornisa del Aljarafe, es una de las experiencias mas bella que pueda imaginarse. Verla, ¡por fín!, esas tardes de azul luminoso desde este balcón de flores y mosto tan cerca y tan altiva, es como tocar el Cielo con la punta de los dedos. ¡Ahí está!. Romana, mora y cristiana con su alma -labrada por los siglos- abierta de par en par. Ya, de manera hermosa y definitiva, el imperio de la luz vencerá al de las sombras y reinará radiante por sus callejas y plazuelas. El murmullo de las fuentes de parques y jardines con su soniquete árabe arrullaran a los enamorados. Ya estará formalizado el mejor escenario para sacar a pasear lo mejor y más noble que anida en nosotros. Seremos de nuevo niños en busca del arca pérdida en los tristes días invernales. San Lorenzo, la Macarena o Triana nos aguardan con su llanto y gozo cimentado por siglos de Fé e Historia. Las calles y barrios que ayer cruzabamos ateridos como almas que llevaba el diablo, hoy nos verán pasear lenta y pausadamente buscando el sosiego a través de la belleza y los orígenes.

Descubriremos que todavía suenan las campanas de las iglesias y que el ruido de los motores no lograron que enmudeciera el dulce trinar de los pájaros. Levantaremos la vista hacia floridas ventanas y balcones. Veremos como toma forma la Primavera en las risas de las muchachas que se nos muestran en toda su plenitud y belleza. Es como si alguien dijera….”arriba el telón” y en el Teatro de la Vida se nos representara la mejor obra jamás soñada. Abrir los sentidos y empapaparse de este jugo de color, sabor y vida. Ser partícipes activos –hasta donde nuestras fuerzas nos lo permitan- de este gratificante y cíclico milagro de la Primavera. Tener el alma predispuesta para cuando un capataz pronuncie emocionado el primer…”a ésta es” ya estemos prestos para la primera “chicotá”. Entrar sin tapujos en este círculo mágico que la Ciudad de la Gracia nos ofrece generosa y radiante. Ella, siempre Ella, nos espera sentada y majestuosa para que la saquemos a bailar cuando suene la música de Antonio Vivaldi. Días primaverales de Cuaresma donde el tiempo no se mide por minutos sino por momentos. Aquellos que cuando un día solo seamos retazos de la memoria nos permitan vagar eternamente por la Primavera sevillana.

La misma que dentro de muy poco nos mostrará doblando una esquina la figura del primer nazareno. Todo estará ya consumado y el Hijo de Dios y su bendita Madre tomarán amorosamente la Ciudad. Siempre igual y siempre distinto. Y volverá a rodar de nuevo la mágica rueda de otra Semana Santa.

1 comentario:

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Ojú Juan Luis, vaya como empezamos el día.
Te cuento mi teoría de que el cielo prometido a nosotros los cristianos está en esta vida y en los recuerdos que seamos capaces de despertar en los que nos han conocido una vez llegado nuestro viaje eterno.
Lo he visto reflejado en tu frase: "aquellos momentos que cuando un día sólo seamos retazos de la memoria nos permitan vagar eternamente por la primavera sevillana"