viernes, 9 de abril de 2010

Lunes de San Nicolás



Todos los lunes del año –salvo los que no puedo por fuerzas mayores- acudo a mi particular peregrinación al epicentro de mis sentimientos sevillanos más arraigados: la Iglesia de San Nicolás de Bari. Cubro siempre el mismo trayecto de ida, y suelo hacerlo también con el de la vuelta. Desembocó en la Plaza del Salvador y desde allí enfilo la Cuesta del Rosario, Francos, Pajaritos, Bamberg, pellizco suavemente las esquinas de Argote de Molina y Abades hasta desembocar en Mármoles. Me paro antes las columnas romanas, el enclave urbano más antiguo de Sevilla, y camino pausado por calle Aire, donde rindo pleitesía al poeta Luís Cernuda leyendo –una y mil veces más- su poema “Jardín antiguo”.



Ir de nuevo al jardín cerrado,
que tras los arcos de la tapia,
entre magnolios, limoneros,
guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio,
vivo de trinos y de hojas,
el susurro tibio del aire
donde las almas viejas flotan.

Ver otra vez el cielo hondo
a lo lejos, la torre esbelta
tal flor de luz sobre las palmas:
las cosas todas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
la espina aguda del deseo,
mientras la juventud pasada
vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.



Después giro a la izquierda buscando Federico Rubio y ya, sin solución de continuidad, aparece ante mis ojos la plaza de Ramón Ybarra, y al fondo a la derecha, la iglesia donde se casaron mis padres, fuimos bautizados mis hermanos y yo, y donde habitan todo el año el Señor de la Salud y la Señora de la Candelaria.

Existe un lunes en el calendario que para mí tiene unas connotaciones especiales. Me refiero al posterior al Domingo de Resurrección. Cuando ya una vieja Semana Santa ha cerrado su cancela sentimental dejándonos atrapados entre la nostalgia y la esperanza.

Entro en el templo ese lunes resacoso y mustio, y allí están todavía instalados en sus tronos callejeros los ilustres habitantes de San Nicolás. Ella con una tenue luz sobre su cara que la hace resplandecer aún más en su hermosura. Bella a rabiar a pesar de estar ya rodeada de flores marchitas y velas rizadas ennegrecidas por el humo. Su belleza podría eclipsar a soles y lunas. Denota en su bello rostro cansancio, mucho cansancio, pero con una guapura que le hizo exclamar a Juncal que era la más bonita de Sevilla.

Él en un monte ya sin claveles se nos muestra desnudo de abalorios pero inmenso en su bondadoso dolor. Pequeño en su ejecución humana, pero portentosamente grande en la divina. Verlo de cerca invita a la misericordia, la reflexión y el sosiego.

Ya, una vez cumplido mi personal ritual de cada lunes en una Ciudad marcada a sangre, amor y luz por sus tradiciones, vuelvo a mi rutina diaria por el camino más corto buscando la Plaza de la Alfalfa. Son momentos y situaciones que te hacen sentirte vivo, y enlazado amorosamente, con aquellos que ya hoy son gratos recuerdos en fotos colores sepia, o nobles náufragos de los avatares de la vida y los años. Cuando damos forma sevillana a un ritual nunca lo hacemos solos. Nos acompañan espiritualmente aquellos que un día, amorosamente de la mano, nos enseñaron los caminos que desembocan en las cosas nobles e imperecederas de la Ciudad.

Hoy, al igual que ayer, la Ciudad se despertó con sus ojos empapados en lágrimas de pena y rabia. El terrible suceso de la noche del Sábado Santo en el Paseo de Colón la tiene sobrecogida. Dos muchachas en la flor de la vida que venían de cerrar su ciclo callejero de amistades y gozos compartidos fueran atropelladas, y sus jóvenes cuerpos yacían esparramados por el suelo como los restos de un naufragio. Allí quedaron inertes ante una Torre del Oro que brilló con lágrimas de madre desconsolada reflejándose en las aguas del Guadalquivir. No entraré en análisis que no me competen hacer. Doctores sociales y jurídicos serán en definitiva los que determinen y evalúen este trágico suceso. Ya he leído algunos artículos en prensa con lo de siempre. No me apetece volver a insistir sobre la sempiterna teoría de culpar a la sociedad en su conjunto de este estado de cosas. Los ciudadanos de este sufrido país que nos vertebramos como abuelos, padres, novios, esposos, hijos, amigos y nietos solo pretendemos que veamos caminar de una vez lo justo y lo legal cogidos de la mano. Yo está mañana de lunes he rezado por estas dos muchachas en San Nicolás, y lamento mi egoísmo espiritual, pero con ellas finiquito mis rezos por esta tragedia. El pueblo –siempre acorde con su sabiduría- creó un lema que decía –y dice- “todos somos Marta”, ante el crimen y la zozobra que unos desalmados han sumido a esta familia sevillana. Saber distinguir entre quienes padecen las tragedias y quienes las provocan es tan elemental como la vida misma. Mostremos indisolublemente nuestro compasión ante aquellos a los que les han robado miserablemente la paz y el sosiego de por vida.

No hay comentarios: