miércoles, 26 de mayo de 2010

Amanece que no es poco



A una cierta edad te vas dando cuenta de la importancia que tiene vivir el presente, en el transcurrir de los días que empiezan al despuntar el alba. Si has llegado hasta aquí sin que tu pasado este impregnado de llanto y pena y, si la salud te sigue concediendo treguas temporales en eso que hoy de manera cursi llaman “calidad de vida”, pues como dicen los gaditanos: “hasta Roma del tirón”.

Comienzo cada mañana dándole gracias a Dios por permitirme, un día más, seguir siendo vecino en activo de esta Tierra de María Santísima. Pisar sus calles, hablar con sus buenas gentes y visitar sus recovecos emocionales (la triple T sevillana: templo, taberna y tertulia). Esto es algo que solo sabremos valorar cuando ya no estemos en cuerpo presente, y solo seamos retazos de la memoria sentimental de la Ciudad. Entonces nuestras almas vagarán eternamente por sus callejas y plazuelas. Místicas, entre espadañas y campanas llamando a misa. Embriagadas, por parques y jardines al reclamo primaveral de jazmines y buganvillas. Emocionadas, ante el rachear de alpargatas costaleras y el goteo callejero de lagrimas de cera. Luminosas, entre farolillos y mañanitas de Corpus con olores a juncia y romero. Radiantes, siempre al encuentro de la Reina de La Catedral. El romance vivencial con esta Ciudad de nuestros amores y desvelos, nunca puede tener fecha de caducidad en el tiempo. Esta relación escapa a las ataduras de lo cronológico para aferrarse a sangre, fuego y luz a la eternidad de los amores verdaderos.


Después de pasar cada mañana la diaria ITC (Inspección Técnica de los Cuerpos) en los dominios blancos de agua y empañados de vaho de Mister Roca, comienzo una rutina sentimental que me hace sentirme especialmente dichoso por el simple hecho de estar vivo. Enciendo el ordenador y se me aparece de golpe como fondo de escritorio una imagen de mi nieto durmiendo. Le doy bajito los buenos días y lo observo unos breves minutos en completo silencio. Entablo con él una relación personal llena de complicidad y sentimientos. Duerme placidamente sobre un invento interesantísimo que mi hija denomina el “gimnasio”. Es una pequeña colchoneta hecha a su medida con un arco de goma movible en el centro. Del mismo cuelgan flotando una serie de artilugios (flores y animales) que él desde su posición boca arriba se encarga de bambolear. Viendo que es baldía su intención de atraparlos se limita a darles –entre risas- suaves manotazos. Duerme mi chico tras la pantalla del ordenador el sueño de los santos inocentes. Está vestido con una camiseta blanca de manga larga, un polo celeste y un pantalón de peto azul como los atardeceres de la primavera sevillana. Tiene la cabeza ladeada hacia la izquierda, y se vislumbra junto a él un chupe blanco que reposa del trasiego de chupetones infantiles. Ambas manos cerradas, como si guardara algo en las palmas de las mismas. ¿A que obedece que los niños al dormir placidamente cierren las manos? Pienso, que mientras sueñan con el futuro, atrapan el presente –que les pertenece por derecho propio- para que no se les escape como el agua que baja por las torrenteras. No se fían del todo de los adultos y hacen bien. ¿Cuántos niños abandonados y maltratados por los senderos de la vida?

Con mi nieto sostengo la enorme tranquilidad de que tendrá en su desarrollo físico y emocional una más que excelente cobertura material y afectiva. Somos muchos los que lo tenemos en el centro de nuestros sentimientos más nobles.

La Felicidad es una utopía tan legítimamente deseable como inalcanzable. Es más: no creo que exista en realidad. Existe más bien la vida con sus buenos y malos momentos. Aprovechar y valorar cuanto de bueno pone Dios -o el destino- a nuestro alcance, sabiendo disfrutar intensamente los momentos fugaces en que la vida cobra sentido. Los malos, si no nos producen graves cicatrices, mejor aparcarlos en la partitura de “La Canción del olvido”.

Tenemos como humanos la ineludible obligación de intentar ennoblecer el genero al que pertenecemos (ya bastante envilecido por cierto a lo largo de nuestra Historia). ¿Cuantos millones de niños pasan hambre y mueren en la más absoluta de las miserias y abandonados a su suerte? Con la que está cayendo llamar a las puertas de la felicidad cargado de oropeles, representa un innoble ejercicio de cinismo y villanía. Estupida vanidad humana que busca tapar con una pátina dorada las vergüenzas de vacías y egoístas existencias. Mejor lo expresamos en un fandango:
Apoyao en su dinero
a to er mundo avasalló;
hoy se apoya en un bastón
y arrastra los pies por el suelo
el tiempo lo cambia to.

Alguien dijo que: “la vida es algo que mientras nos entretenemos en planificarla, pasa de largo sin que nos percatemos siquiera”. Yo miro a mi nieto y soy feliz. Me siento vivo y encantado de que mi corazoncillo palpite al compás del Martinete. Puedo todavía seguir encarando la aventura de vivir con ilusión y con el noble empeño de verlo crecer. En definitiva, abrir los ojos cada mañana y poder decirte para tus adentros: “Amanece que no es poco”.

1 comentario:

A. Vela dijo...

Los nietos nos devuelven lo que siempre quisimos ser: niños. Crecemos a la par de ellos, sintiendo lo que ellos. Y si Dios lo permite, cuando ellos dejen de ser niños habremos cerrado a la perfección nuestro ciclo vital, acabando -inocentes y puros- como empezamos en este mundo. Gracias, Juan Luis.