lunes, 26 de enero de 2015

Cultura cofrade









No tengo reparos en reconocer que adolezco de eso que se llama “Cultura cofrade”. No vivo el día a día de las novedades que acontecen en las Hermandades de Sevilla y, sobre las mismas, mi nivel de conocimiento es más bien cortito.  Como todo lo relacionado con Sevilla me interesan y entiendo que en la Historia de las mismas está implícita el alma de la Ciudad. Fundamentalmente los aspectos antropológicos, sentimentales o historicistas de tan magno acontecimiento. Soy, por distintas razones, Hermano de Pasión, la Candelaria y el Gran Poder. Desde hace ya algunos años hago la Estación de Penitencia acompañando al Señor de Pasión. Cada tarde de Jueves Santo se me representa como el momento culmen de todo el año. Pero que nadie me pregunte como se llama el capataz de Pasión pues no sabría contestarle. Evidentemente podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿si cambian de capataces el Señor de Pasión o el del Gran Poder se verá reducida su magnificencia en la calle?  Sinceramente, y desde mi reconocida ignorancia, creo que uno de los males endémicos de nuestra Semana Mayor es confundir lo fundamental con lo accesorio. Veo de vez en cuando algunos de los Programas de Semana Santa que se emiten en las televisiones locales y algunos me dejan perplejo. Se abren encendidos debates sobre la manera de “andar” los pasos; los exornos florales; las restauraciones; las bandas de música; la manera de vestir a las vírgenes o las cuadrillas de costaleros.  Lo principal, es decir el fervor a lo que las imágenes representan queda no pocas veces en un segundo plano. El compromiso cristiano; la solidaridad asistencial; la asistencia a los Cultos de la Hermandad; las visitas regulares a las Capillas en busca de paz y sosiego y, no digamos, la asistencia al acto de la Eucaristía quedan relegados a un plano secundario. Lo accesorio, que en definitiva es lo que vende, siempre ocupa un lugar preferente. En su día me llamó poderosamente la atención que hasta de tres Hermandades distintas me ofrecieran  la posibilidad de dar un Pregón.  Aparte de agradecer de todo corazón la gentileza, si los aceptara (seguro que, por desconocimiento, lo haría de manera horrorosa) caería en algo que, profundamente, me repatea: la impostura.  Ignoro si se me puede catalogar como un cofrade al uso. Sinceramente creo que en absoluto lo soy. Vivo, eso si, intensamente los preámbulos de la Semana Santa (la Cuaresma) por entender que en ellos se nota como la Ciudad palpita de gozo y se ennoblece. El Pregón (en Sevilla los hay ya por decenas y para todos los gustos) lo he seguido en algunas ocasiones pero ya se me representa como algo cansino, caduco y obsoleto. Puede que, para lo bueno y para lo malo, la Semana Santa se nos configure como algo espiritualmente imprescindible pero, en no pocas ocasiones, gestionada por “niños grandes” que se niegan a crecer. No se puede entender Sevilla sin su Semana Mayor ni tampoco históricamente sin el amasijo de sus contradicciones.  Respetando, como no puede ser de otra forma, la manera de pensar que cada cual tenga sobre este hermoso evento donde confluyen fe, tradición, sentimientos y belleza. Puede que, por mi parte, no deje de ser un ejercicio de arrogancia escribir y opinar sobre cosas que no conozco en profundidad. Mis disculpas por adelantado. Lamentablemente la osadía conoce pocos límites. 

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