domingo, 18 de enero de 2015

La tecnología y el equilibrio.




Buscamos siempre el equilibrio: unas veces para no caernos y otras para no perdernos.  Buscamos con los años que nuestras piernas nos respondan y, también, que nosotros respondamos a nuestros pensamientos y sentimientos. Los psiquiatras y psicólogos insisten en que la felicidad nunca estará en los elementos externos sino más bien en nuestro interior.  Mi abuelo Félix, Maestro de Escuela republicano y católico, decía que una hora “corriendo” tiene sesenta minutos y que de manera sosegada tiene exactamente los mismos. Cuando le argumentaba que “aligerando” se podían hacer más cosas, me decía que nunca olvidara que la importancia fundamental siempre estará en la calidad y no en la cantidad de cuanto hacemos. Observo en mi diario transcurrir como la tecnología se ha apoderado de las personas pero, en verdad, ¿todo los nuevos “artilugios” debemos calibrarlos en clave positiva? Es obvio que todo aquello que sirva para mejor relacionar a la gente y aumentar su calidad de vida bienvenido sea.  Pero me temo que cuando, no pocas veces, los aparatos sustituyen a las personas las relaciones humanas quedan seriamente deterioradas. Los avances tecnológicos que en teoría tenían como función principal aumentar la calidad de vida de las personas lo que ha terminado aumentado es el número de parados. Eso si, ha conseguido aumentar considerablemente la riqueza de los ricos y, de manera paralela, la pobreza de los pobres. ¿Es esto un alegato contra la tecnología? Para nada sino más bien todo lo contrario.  Es el uso clasista y mercantilista que se ha hecho de ella. ¿Una persona poco pudiente puede beneficiarse de los avances de la medicina igual que una que si lo sea? ¿La velocidad y comodidad de un avión supersónico en que beneficia a alguien que se morirá sin subirse a un “aeroplano” en su vida? ¿Al final este maremágnum tecnológico ha conseguido que realmente seamos más felices?  Creo que la clave está en que han conseguido que perdamos el sosiego y el bienestar real enredados en un montón de cables.  Que duda cabe que mi vida no tiene nada que ver con la de mi padre y la de mi abuelo. Pero, a pesar de haber padecido ellos los duros avatares de la guerra civil y sus secuelas posteriores, ¿puedo decir que soy más feliz que ellos? ¿Por qué parámetros medimos la felicidad del ser humano? ¿Pertenencias, logros, ambiciones, utensilios, proyectos, amores, afectos….?  Todo legitimo, pero ¿donde situamos el necesario equilibrio para que nuestra vida nos resulte gratificante y placentera? ¿Donde ha ido a parar actualmente la teoría de los tres ocho¿ Aquella que nos decía que lo correcto era dedicar ocho horas al trabajo; ocho para descansar y ocho para nuestra vida familiar y personal. No nos engañemos, solamente a través del equilibrio y ayudados del soporte de las nuevas tecnologías empezaremos a darle sentido a nuestra existencia. El afecto no te lo dará solo un artilugio que mueves de manera compulsiva con la yema del dedo sino una mano amiga apoyada en tu hombro.

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