Buscamos siempre el equilibrio: unas veces para no caernos y otras para
no perdernos. Buscamos con los años que
nuestras piernas nos respondan y, también, que nosotros respondamos a nuestros
pensamientos y sentimientos. Los psiquiatras y psicólogos insisten en que la
felicidad nunca estará en los elementos externos sino más bien en nuestro
interior. Mi abuelo Félix, Maestro de
Escuela republicano y católico, decía que una hora “corriendo” tiene sesenta
minutos y que de manera sosegada tiene exactamente los mismos. Cuando le
argumentaba que “aligerando” se podían hacer más cosas, me decía que nunca
olvidara que la importancia fundamental siempre estará en la calidad y no en la
cantidad de cuanto hacemos. Observo en mi diario transcurrir como la tecnología
se ha apoderado de las personas pero, en verdad, ¿todo los nuevos “artilugios”
debemos calibrarlos en clave positiva? Es obvio que todo aquello que sirva para
mejor relacionar a la gente y aumentar su calidad de vida bienvenido sea. Pero me temo que cuando, no pocas veces, los
aparatos sustituyen a las personas las relaciones humanas quedan seriamente
deterioradas. Los avances tecnológicos que en teoría tenían como función
principal aumentar la calidad de vida de las personas lo que ha terminado
aumentado es el número de parados. Eso si, ha conseguido aumentar
considerablemente la riqueza de los ricos y, de manera paralela, la pobreza de
los pobres. ¿Es esto un alegato contra la tecnología? Para nada sino más bien
todo lo contrario. Es el uso clasista y
mercantilista que se ha hecho de ella. ¿Una persona poco pudiente puede
beneficiarse de los avances de la medicina igual que una que si lo sea? ¿La
velocidad y comodidad de un avión supersónico en que beneficia a alguien que se
morirá sin subirse a un “aeroplano” en su vida? ¿Al final este maremágnum
tecnológico ha conseguido que realmente seamos más felices? Creo que la clave está en que han conseguido
que perdamos el sosiego y el bienestar real enredados en un montón de
cables. Que duda cabe que mi vida no
tiene nada que ver con la de mi padre y la de mi abuelo. Pero, a pesar de haber
padecido ellos los duros avatares de la guerra civil y sus secuelas
posteriores, ¿puedo decir que soy más feliz que ellos? ¿Por qué parámetros
medimos la felicidad del ser humano? ¿Pertenencias, logros, ambiciones, utensilios,
proyectos, amores, afectos….? Todo
legitimo, pero ¿donde situamos el necesario equilibrio para que nuestra vida
nos resulte gratificante y placentera? ¿Donde ha ido a parar actualmente la
teoría de los tres ocho¿ Aquella que nos decía que lo correcto era dedicar ocho
horas al trabajo; ocho para descansar y ocho para nuestra vida familiar y
personal. No nos engañemos, solamente a través del equilibrio y ayudados del
soporte de las nuevas tecnologías empezaremos a darle sentido a nuestra
existencia. El afecto no te lo dará solo un artilugio que mueves de manera
compulsiva con la yema del dedo sino una mano amiga apoyada en tu hombro.
domingo, 18 de enero de 2015
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