lunes, 19 de diciembre de 2016

Eternidad y Justicia



Dice -escribe- Manuel Fraijó que: “Un mundo que niega la felicidad a seres dignos de ella y se le otorga a las que no la merecen no puede ser la máxima expresión de lo que nos cabe esperar”. Bien cierto es. Vemos, con demasiada frecuencia, que personas envilecidas hasta la médula y que han amasado sus fortunas a costa de generar miseria en los demás son tocadas con la varita mágica de la felicidad.  Otras, en cambio, que han sido el paradigma de la bondad y la decencia son tratadas de manera inmisericorde por la vida y sus circunstancias. Se nos presenta una simple ecuación que tan solo la fe en su trascendencia puede aclararnos: maldad igual a castigo y bondad igual a premio.  Si el círculo de la vida se cierra definitivamente cuando dejamos de respirar todo carecería de sentido. Tenemos la necesidad de esperar que lo justo esté siempre por llegar.  Las consecuencias de nuestros actos no pueden caer en saco roto salvo que tengan razón los racionalistas. Cuando la maldad es premiada y la bondad castigada solo nos queda confiar en que todos los ciclos continuarán abiertos para enmendar las arbitrariedades humanas. Ahí es donde cobra su verdadera importancia un Dios justo y poderoso.  Intelectualmente, por desconocimiento, no podemos elucubrar sobre el “más allá” y bastante tenemos con descifrar el “más acá”.  La fe, aparte de para mover montañas, debe servirnos para creer en una trascendencia que escapa a nuestra razón pero no a nuestros sentimientos.  Decían los antiguos que: “Quien la hace la paga…aquí o en el otro mundo”. Así lo esperamos y vivimos con la Esperanza de que la bondad al final sea premiada y la maldad castigada.  Nada es eterno salvo la eternidad.  Sin la Resurrección de Jesús la Historia de la Humanidad caminaría sin más horizonte que la tragedia y la desesperanza.  


Juan Luis Franco – Lunes Día 19 de Diciembre del 2016



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