A nuestras madres, eficaces lanzadoras de babuchas
Existen objetos de tu infancia que te acompañarán el resto de tus días. Uno de ellos siempre será la babucha materna voladora. Un objeto de persuasión y eficaz corrector ante comportamientos díscolos o erráticos propios de la infancia. Si en aquellas recordadas y añoradas fechas se hubiera establecido un Campeonato de Lanzamientos de Babuchas Maternas mi madre, sin dudar, hubiera optado a los primeros puestos. Tenía una precisión matemática y la efectividad de sus lanzamientos era absolutamente demoledora. Previo al lanzamiento del misil de babucha de paño siempre había una fase negociadora. Tú estabas dando la lata y allí se producía la primera fase de la negociación. Te decía: “Quieres hacer el favor de estarte quieto de una puñetera vez”. Evidentemente hacías caso omiso y seguías a lo tuyo. La negociación ya avanzaba hacia el inevitable lanzamiento. Ella volvía a la carga dialéctica: “Tú que pasa, que no te enterá o es que no te quieres enterá”. Como tú seguías erre que erre sin hacer caso, la fase bélica ya era inevitable. Todo se producía a una velocidad de vértigo y con un par de movimientos perfectamente sincronizados. Arrastraba la babucha en el suelo y la sostenía con la punta del pie. Después levantando la pierna como una palanca la elevaba en el aire. La cogía con la mano derecha y del tirón la proyectaba sobre tu cuerpo. El lanzamiento siempre era por elevación y mientras te cubrías la cara con la manos la babucha descendía hacia ti de manera inexorable. La operación, una vez más, había concluido con éxito. En algunas ocasiones el lanzamiento había resultado algo brusco y ella (con cierto remordimiento) te preguntaba si te había hecho daño. Le respondías que “un poquillo” y ella, después de sentirse algo culpable, ponía fin a la situación con un: “Pues ya sabes lo que tienes que hacer la próxima vez”. Siempre había una próxima vez. El vuelo de la babucha materna como un dardo de amor clavado en las paredes del alma.
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