Sevilla. Domingo 23 de agosto. Hace tan sólo unos días que la Virgen de los Reyes se retiró a su divino retiro en la Catedral sevillana. Nos empapó con su luz y su divina gracia, y nos dijo un “hasta pronto”, que en realidad encierra un “hasta cuando vosotros queráis que ya sabéis donde encontrarme”. Curiosamente la vimos hace unas pocas horas en la antigua Punta del Diamante y nos parece eterno el tiempo transcurrido. Una vez más los preámbulos del gozo se cumplieron en toda su plenitud, y el evento soñado nos dejó un sedimento equilibrado de alegría y nostalgia. Soñamos con la ilusión de un niño lo que estaba por llegar, disfrutamos viviendo intensamente lo que tan generosamente nos ofrece la Ciudad, y luego aguantamos estoicamente el tirón a golpe de melancolía y soñando el próximo encuentro. Es el mágico círculo que a modo de tíovivo nos indica el momento oportuno para subirnos y luego se detiene para que nos bajemos lentamente. Cuando le preguntamos…?cuanto és?, nos responde….”no es nada, tan sólo la promesa -con el permiso del de arriba- de verte de nuevo por aquí el año que viene”. Hecho, puede contar con ello. No somos simples comparsas o mirones ilustrados, significamos algo más: un pueblo fiel en la busqueda permanente de sus señas de identidad. Aquella que heredamos de nuestros mayores y que confiamos en trasladar a los que nos precedan.
Sevilla. Domingo 23 de agosto. Son las 6 de la tarde. Descorro el visillo de la ventana y observo una Ciudad ausente, huérfana de vida callejera y lastimada por los rigores de la canícula. No hay un alma en la calle. Unos estarán a pié de playa soñandola desde la distancia. Otros, atrincherados en casas y pisos tras las reparadoras ráfagas del aire acondicionado. Con sensaciones térmicas de varitas de merluzas congeladas, pero frescos al fin y al cabo. A estas horas imagino a la Ciudad tomada en su zona monumental por heroicos turistas. Ahora tendrán los pies en remojo en la fuente de la Plaza Virgen de los Reyes. Colorados como cangrejos buscando refugio en la Placita de Doña Elvira entre tragos de aguas, y bamboleos al aire de gorras y sombreros de paja. Abanicos improvisados con tal de tomar resuello. Nunca sabrán que esta Ciudad durante unas horas les perteneció por completo. Fue suya por que supieron aguantar en las ardientes arterias de sus calles y plazoletas el pegajoso abrazo del verano.
Llegará la tarde-noche y la Ciudad poco a poco se irá desperezando lentamente abriendo balcones, terrazas y ventanas. Los pocos bares abiertos empezarán el ajetreo de sillas y veladores en zonas previamente regadas para auyentar las horas de fuego acumuladas. Las calles verán de nuevo a transeúntes recien duchados y repeinados con olores a colonia fresca de baño. Mujeres acicaladas al sevillano modo y niños liberados ¡al fin! del habitáculo familiar.
Atrás quedó una Ciudad que languidece con la melancolía de su vertiente más insolidaria. Tristemente sola y abandonada a su suerte ante los rigores del verano. Imaginando a Luis Cernuda paseando lentamentamente por la calle Aire, mientrás elabora en su imaginación como darle forma a las páginas mas bellas que nadie nunca le dedicó: Ocnos. O soñando a Antonio Machado pensativo, sentado en un banco del jardín del Palacio de las Dueñas buscando la sombra fresca de la tarde, sabiendo que un día no lejano lo recordará emocionado…….”
Sevilla. Domingo 23 de agosto. Son las 6 de la tarde. Descorro el visillo de la ventana y observo una Ciudad ausente, huérfana de vida callejera y lastimada por los rigores de la canícula. No hay un alma en la calle. Unos estarán a pié de playa soñandola desde la distancia. Otros, atrincherados en casas y pisos tras las reparadoras ráfagas del aire acondicionado. Con sensaciones térmicas de varitas de merluzas congeladas, pero frescos al fin y al cabo. A estas horas imagino a la Ciudad tomada en su zona monumental por heroicos turistas. Ahora tendrán los pies en remojo en la fuente de la Plaza Virgen de los Reyes. Colorados como cangrejos buscando refugio en la Placita de Doña Elvira entre tragos de aguas, y bamboleos al aire de gorras y sombreros de paja. Abanicos improvisados con tal de tomar resuello. Nunca sabrán que esta Ciudad durante unas horas les perteneció por completo. Fue suya por que supieron aguantar en las ardientes arterias de sus calles y plazoletas el pegajoso abrazo del verano.
Llegará la tarde-noche y la Ciudad poco a poco se irá desperezando lentamente abriendo balcones, terrazas y ventanas. Los pocos bares abiertos empezarán el ajetreo de sillas y veladores en zonas previamente regadas para auyentar las horas de fuego acumuladas. Las calles verán de nuevo a transeúntes recien duchados y repeinados con olores a colonia fresca de baño. Mujeres acicaladas al sevillano modo y niños liberados ¡al fin! del habitáculo familiar.
Atrás quedó una Ciudad que languidece con la melancolía de su vertiente más insolidaria. Tristemente sola y abandonada a su suerte ante los rigores del verano. Imaginando a Luis Cernuda paseando lentamentamente por la calle Aire, mientrás elabora en su imaginación como darle forma a las páginas mas bellas que nadie nunca le dedicó: Ocnos. O soñando a Antonio Machado pensativo, sentado en un banco del jardín del Palacio de las Dueñas buscando la sombra fresca de la tarde, sabiendo que un día no lejano lo recordará emocionado…….”
Mi infancia son recuerdos
de un patio de Sevilla
y un huerto claro
donde madura el limonero”.
Sevilla. Domingo 23 de agosto. Son ya las 8 de la tarde. El verano a partir de ahora empieza una lenta pero inevitable cuenta atrás. En los próximos días poco a poco la Ciudad irá recuperando la normalidad. Volveremos a gozar/padecer nuestros cotidianos días llenos de luces y sombras. Las ciudades no son malas o buenas por sí solas, siempre están determinadas por la buena o mala voluntad de sus habitantes. Ellas siempre ponen su grandeza y su belleza a nuestra disposición. Saber apreciarlas y luchar con mimo por su esplendor es cosa nuestra.
Me siento en el ordenador sin una predisposición determinada hacia ninguna tarea concreta. Abro el correo electrónico y hasta este se ha ido de vacaciones. Pongo a Camarón y empieza a cantar por Tientos:
El mundo una gran mentira
Cuantos quisieran tené
Pa comé lo que otros tiran.
Pa comé lo que otros tiran.
Si lo canta “El Pijote” de San Fernando tiene que ser verdad. Lo que pasa es que muchas veces tenemos las verdades tan cercanas, que pasamos de largo sin ni siquiera mirarlas. Ya dentro de poco saludaré de nuevo a las estrellas de la noche y recordaré a José María Izquierdo –aunque me tachen de chovinista- cuando decía aquello de: “Nadie es culpable de no nacer en Sevilla”.
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