Sevilla 15 de agosto. Mañanita grande sevillana. Tiempo de volver a caminar sobre nuestro pasado más sentimental y añorado. Saldrá una vez más (aquí el tiempo difícilmente lo puede impedir) la Reina de todos los Reyes a recorrer esplendorosa el perímetro de la Catedral.. Lo hará cuando todavía el riguroso sol agosteño se nos muestra benevolente, y aún quedan unas horas para mostrarse riguroso e inmisericorde. Tampoco es plan de molestar en exceso a la Señora de la Catedral sevillana. Ella dará su corto paseo anual por Sevilla (lo bueno si breve, dos veces bueno) y se volverá a recoger hasta el epicentro de nuestras emociones y consuelo de afligidos: su Capilla en la Iglesia Mayor de Sevilla.
Llevará a su sonriente hijo sobre sus regazo para recordarnos que antes que nada es Madre celestial y sevillana de pura cepa. Elaborada por el molde fernandino y elevada a la Gloria por el pueblo sevillano. El mismo que abandonará por unas breves horas sus placeres playeros para acompañarla. Luego se volverán en busca del mar (la mar que diría Alberti), para seguir apurando sus merecidas vacaciones entre sorbos de sol, agua, arena y tintos de verano. Sardinas, aliños de hueva y tortillitas de camarones que en el otoño serán recordadas con nostalgia tras la mesa de una oficina, al volante de un autobús o tras el torno de un taller (si es que queda ya alguno).
Antaño bajaban de madrugada por la Cuesta del Caracol las mujeres del Aljarafe sevillano para ver a la Virgen. Hoy ya dudo que lo hagan. En verdad lo ignoro. De todas formas nada es eterno y todo es mutable a través de los tiempos. Todo menos la majestuosa presencia de la Virgen de los Reyes. Y allí estaremos (D.m.) un año más en la Plaza que preside la Inmaculada (en plena restauración). La veremos pasar sin prisa pero sin pausa, y el reloj de nuestra existencia sevillana nos indicará que somos un año más viejo. Atrás –perdido en la nebulosa de los años- quedó el niño que acompañaba a su abuela. El adolescente enamorado de la luna. El novio parapetado tras una bella espalda, y que uno creía que siempre la tendriamos delante. El padre que subia orgulloso en sus hombros a su hija, para que le tirara un beso a la Virgen cuando pasara. Hoy a punto de estrenarse como abuelo la verá (D.m.) anhelante y feliz en compañía de algún amigo (“Compañero del alma/ compañero…”) cómplice de sentires y emociones. Rezando a su paso para que la salud y las fuerzas le sigan dando una nueva tregua. El Cielo debe –y puede- esperar.
Semana Santa, Corpus y Virgen de los Reyes y ya estará consumado todo el discurrir sentimenta/espiritual de la vieja y sabia Híspalis. El mismo que nos enlaza con aquellos que nos enseñaron a amar nuestras tradiciones, y que hoy reviven en nuestros sentimiento a flor de piel. Hoy nosotros les prestamos nuestros ojos y nuestra realidad más palpitante, y ellos su glorioso pasado a través de la memoria sentimental. Consiguieron con su imperecedera firmeza mostrarnos el esplendor ancestral de una Ciudad, que renace cada año a traves de la Fe y unos sentimientos arraigados en la nobleza de lo auténtico y sentimental.
Ayer, hoy y mañana la mañanita sevillana del 15 de agosto, estará impregnada por la luz de la mañana que se refleja en el rostro de la Virgen de los Reyes, y que parece sonreir de vernos allí un año más. Pasa en un suspiro por delante nuestra y cuando la vemos alejarse nos hace susurrar entre dientes:…..”hasta el año que viene si Tu quieres, Madre”.
Llevará a su sonriente hijo sobre sus regazo para recordarnos que antes que nada es Madre celestial y sevillana de pura cepa. Elaborada por el molde fernandino y elevada a la Gloria por el pueblo sevillano. El mismo que abandonará por unas breves horas sus placeres playeros para acompañarla. Luego se volverán en busca del mar (la mar que diría Alberti), para seguir apurando sus merecidas vacaciones entre sorbos de sol, agua, arena y tintos de verano. Sardinas, aliños de hueva y tortillitas de camarones que en el otoño serán recordadas con nostalgia tras la mesa de una oficina, al volante de un autobús o tras el torno de un taller (si es que queda ya alguno).
Antaño bajaban de madrugada por la Cuesta del Caracol las mujeres del Aljarafe sevillano para ver a la Virgen. Hoy ya dudo que lo hagan. En verdad lo ignoro. De todas formas nada es eterno y todo es mutable a través de los tiempos. Todo menos la majestuosa presencia de la Virgen de los Reyes. Y allí estaremos (D.m.) un año más en la Plaza que preside la Inmaculada (en plena restauración). La veremos pasar sin prisa pero sin pausa, y el reloj de nuestra existencia sevillana nos indicará que somos un año más viejo. Atrás –perdido en la nebulosa de los años- quedó el niño que acompañaba a su abuela. El adolescente enamorado de la luna. El novio parapetado tras una bella espalda, y que uno creía que siempre la tendriamos delante. El padre que subia orgulloso en sus hombros a su hija, para que le tirara un beso a la Virgen cuando pasara. Hoy a punto de estrenarse como abuelo la verá (D.m.) anhelante y feliz en compañía de algún amigo (“Compañero del alma/ compañero…”) cómplice de sentires y emociones. Rezando a su paso para que la salud y las fuerzas le sigan dando una nueva tregua. El Cielo debe –y puede- esperar.
Semana Santa, Corpus y Virgen de los Reyes y ya estará consumado todo el discurrir sentimenta/espiritual de la vieja y sabia Híspalis. El mismo que nos enlaza con aquellos que nos enseñaron a amar nuestras tradiciones, y que hoy reviven en nuestros sentimiento a flor de piel. Hoy nosotros les prestamos nuestros ojos y nuestra realidad más palpitante, y ellos su glorioso pasado a través de la memoria sentimental. Consiguieron con su imperecedera firmeza mostrarnos el esplendor ancestral de una Ciudad, que renace cada año a traves de la Fe y unos sentimientos arraigados en la nobleza de lo auténtico y sentimental.
Ayer, hoy y mañana la mañanita sevillana del 15 de agosto, estará impregnada por la luz de la mañana que se refleja en el rostro de la Virgen de los Reyes, y que parece sonreir de vernos allí un año más. Pasa en un suspiro por delante nuestra y cuando la vemos alejarse nos hace susurrar entre dientes:…..”hasta el año que viene si Tu quieres, Madre”.
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