Al final no nos engañemos todo se reduce a lo mismo: distraer con falsas polémicas al Personal para no acometer los grandes y graves problemas de la Ciudad. Es más rentable por ejemplo sacar a la palestra el Nomenclátor (vaya nombrecito) que afrontar el endémico asentamiento chabolista del Vacie. Dicen que de lo que se trata es de limpiar el callejero de calles y plazas con nombres y alusiones al Régimen Franquista. Triste sino el de una Ciudad que al final está comandada por una formación política que consiguió en las elecciones municipales un exiguo número de votos. Su futuro es tan prometedor que en las últimas generales no ha conseguido formar ni grupo parlamentario propio. La política española está sujeta al “mercadeo” y a pesar de que no pongo en duda su legitimidad así nos va. El caso de Sevilla es paradigmático. Quien sacó mas voto en las municipales está en la oposición y quien menos está mandando.
La diferencia entre un buen o un mal político es que mientras el primero convierte la polémica en debate contructivo, el segundo no solo procede al revés sino que continuamente está generando polémicas que solo conducen al enfrentamiento de la ciudadanía. Eso sí, todo lo hacen con un sentido democrático impoluto. ¡ Faltaría más!
Los aconteceres históricos no se interpretan se analizan (versus Don Antonio Domínguez Ortiz, Maestro de Historiadores ). Es decir la Historia no es como una lavadora a la que programamos para que la ropa salga de una forma determinada e interesada. Nuestro pasado más reciente (es decir una parte importante del siglo XX) es históricamente vergonzante. Una lucha fraticida entre hermanos que llenó de huerfanos este país nuestro. Una postguerra miserable y ruin donde la venganza y la ignominia camparon a sus anchas por la Piel de Toro. Cárcel, fusilamiento, exilio, sinrazón, hambre (de alimentos y de libertades) y todo aquello de lo que se nutre el ser humano para demostrar que puede llegar a ser el animal más vil de la Creación. Pero si olvidamos el sectarismo en el cajón de la Historia, sabemos que tropelías hubo por los dos bandos, (aunque siempre los vencedores tienen la sartén por el mango) lo mismo que gestos sublimes de nobleza a titulo individual y los cuales propiciaron que supieramos que la concordia era cuestión de tiempo. No hay mal que dure cien años ni………
Afortunadamente con la transición democrática -ejemplar y edificante hasta más no poder – se cerrarón viejas heridas y se olvidaron viejos rencores. Si se ponían todos los muertos encima de la mesa esto sería una postguerra civil condenada a perpetuarse en el tiempo. Había que pasar página y ya sería tarea de los historiadores ( de los rigurosos y no de los que arriman el ascua a su sardina ) el dejar constancia del acontecer de tan triste etapa de nuestra Historia.
Aparte que todos los historiadores, sociólogos y politólogos coinciden en afirmar de manera rotunda que el periodo de monarquía parlamentaria juancarlista es, con diferencia, el de mayor prosperidad, tolerencia y pacifismo de toda la Historia de España en su conjunto. Nunca como hasta ahora este País nuestro(con problemas pendientes tan serios como la vertebración territorial) había avanzado más y mejor en cuestiones tales como: prestaciones sociales, sanidad, tecnología e integración plena en la vieja Europa. El tejado patrio aún tiene muchas goteras pero ni punto de comparación con el que soportaron nuestros mayores.
Pero ahora vuelven algunos (afortunadamente muy poquitos ) a tocar de nuevo los tambores de guerra. Cualquier excusa es buena que para eso estamos en Democracia. Cambiar los nombres de algunas calles. Bombardear algunas tradiciones que huelan a incienso y a cristianismo (eso sí de manera subterranea que no les interesa ponerse enfrente de los sentimientos de la gente). Los votos –aunque escasos- son los votos. Proclamar la llegada de la III Republica (¿otra republiquita queréis miarma?). Terminar de una vez por todas con la Fiesta Nacional por excelencia (los Toros). En fin cuando el personal anda preocupado por el paro, la carestía de la vida, la inseguridad, el terrorismo, la (pobre) educación que reciben nuestros hijos, las listas de espera en nuestros hospitales y demas “menudencias”, ellos van y plantean de manera prioritaria el cambiar el callejero de la Ciudad y el sentido de las tradiciones patrias.
No se enteran ni les interesa tampoco. Los nombres de las calles de una Ciudad responden por un lado a la sabiduría popular que las bautiza para siempre. Así nacen la Plaza del Pan, la de la Pescadería, la calle Ancha de la Feria, la del Burro, La Campana…. Por otro lado las personas que aparecen rotuladas en su callejero debían ser aquellas que fueron grandes benefactoras de la Ciudad independientes de su ideología. Valgan como ejemplos los nombres de José Utrera Molina o Felipez González Márquez. O aquellos que con su quehacer hicieron que se incrementase el patrimonio social, cultural o sentimental de Serva la Bari, España o la Humanidad. Ni mas ni menos. Quien haya demostrado la Historia que tiene las manos manchadas de sangre no puede figurar rotulando ni un centímetro del callejero urbano de ninguna ciudad del mundo.
Como última alternativa –y para zanjar el tema- que utilizen al igual que en EEUU la numeración para rotular las calles. Claro que conociendo nuestra sentido de la picaresca no es de extrañar que muy pocos quisieran vivir en la calle 13 y muchos en la 69. Nomenclator Habemus.
La diferencia entre un buen o un mal político es que mientras el primero convierte la polémica en debate contructivo, el segundo no solo procede al revés sino que continuamente está generando polémicas que solo conducen al enfrentamiento de la ciudadanía. Eso sí, todo lo hacen con un sentido democrático impoluto. ¡ Faltaría más!
Los aconteceres históricos no se interpretan se analizan (versus Don Antonio Domínguez Ortiz, Maestro de Historiadores ). Es decir la Historia no es como una lavadora a la que programamos para que la ropa salga de una forma determinada e interesada. Nuestro pasado más reciente (es decir una parte importante del siglo XX) es históricamente vergonzante. Una lucha fraticida entre hermanos que llenó de huerfanos este país nuestro. Una postguerra miserable y ruin donde la venganza y la ignominia camparon a sus anchas por la Piel de Toro. Cárcel, fusilamiento, exilio, sinrazón, hambre (de alimentos y de libertades) y todo aquello de lo que se nutre el ser humano para demostrar que puede llegar a ser el animal más vil de la Creación. Pero si olvidamos el sectarismo en el cajón de la Historia, sabemos que tropelías hubo por los dos bandos, (aunque siempre los vencedores tienen la sartén por el mango) lo mismo que gestos sublimes de nobleza a titulo individual y los cuales propiciaron que supieramos que la concordia era cuestión de tiempo. No hay mal que dure cien años ni………
Afortunadamente con la transición democrática -ejemplar y edificante hasta más no poder – se cerrarón viejas heridas y se olvidaron viejos rencores. Si se ponían todos los muertos encima de la mesa esto sería una postguerra civil condenada a perpetuarse en el tiempo. Había que pasar página y ya sería tarea de los historiadores ( de los rigurosos y no de los que arriman el ascua a su sardina ) el dejar constancia del acontecer de tan triste etapa de nuestra Historia.
Aparte que todos los historiadores, sociólogos y politólogos coinciden en afirmar de manera rotunda que el periodo de monarquía parlamentaria juancarlista es, con diferencia, el de mayor prosperidad, tolerencia y pacifismo de toda la Historia de España en su conjunto. Nunca como hasta ahora este País nuestro(con problemas pendientes tan serios como la vertebración territorial) había avanzado más y mejor en cuestiones tales como: prestaciones sociales, sanidad, tecnología e integración plena en la vieja Europa. El tejado patrio aún tiene muchas goteras pero ni punto de comparación con el que soportaron nuestros mayores.
Pero ahora vuelven algunos (afortunadamente muy poquitos ) a tocar de nuevo los tambores de guerra. Cualquier excusa es buena que para eso estamos en Democracia. Cambiar los nombres de algunas calles. Bombardear algunas tradiciones que huelan a incienso y a cristianismo (eso sí de manera subterranea que no les interesa ponerse enfrente de los sentimientos de la gente). Los votos –aunque escasos- son los votos. Proclamar la llegada de la III Republica (¿otra republiquita queréis miarma?). Terminar de una vez por todas con la Fiesta Nacional por excelencia (los Toros). En fin cuando el personal anda preocupado por el paro, la carestía de la vida, la inseguridad, el terrorismo, la (pobre) educación que reciben nuestros hijos, las listas de espera en nuestros hospitales y demas “menudencias”, ellos van y plantean de manera prioritaria el cambiar el callejero de la Ciudad y el sentido de las tradiciones patrias.
No se enteran ni les interesa tampoco. Los nombres de las calles de una Ciudad responden por un lado a la sabiduría popular que las bautiza para siempre. Así nacen la Plaza del Pan, la de la Pescadería, la calle Ancha de la Feria, la del Burro, La Campana…. Por otro lado las personas que aparecen rotuladas en su callejero debían ser aquellas que fueron grandes benefactoras de la Ciudad independientes de su ideología. Valgan como ejemplos los nombres de José Utrera Molina o Felipez González Márquez. O aquellos que con su quehacer hicieron que se incrementase el patrimonio social, cultural o sentimental de Serva la Bari, España o la Humanidad. Ni mas ni menos. Quien haya demostrado la Historia que tiene las manos manchadas de sangre no puede figurar rotulando ni un centímetro del callejero urbano de ninguna ciudad del mundo.
Como última alternativa –y para zanjar el tema- que utilizen al igual que en EEUU la numeración para rotular las calles. Claro que conociendo nuestra sentido de la picaresca no es de extrañar que muy pocos quisieran vivir en la calle 13 y muchos en la 69. Nomenclator Habemus.
1 comentario:
Muchas gracias por la amable y justa referencia a mi padre, que le agradezco en su nombre.
Luis Felipe Utrera-Molina
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