Cautivo y desarmado el espíritu comercial de la Navidad, henos aquí dispuestos a afrontar los inquietantes e ilusionantes días que nos esperan. Inquietos por tener ya conocimientos suficientes de quienes son los que comandan la política en nuestros país (oposición incluida) e, ilusionados, por estar vivos y con ganas de que este ejercicio (el de vivir) merezca la pena. Tanto por activa como por pasiva estaremos prestos y dispuestos para lo que Dios –o la Madre Naturaleza- requiera de nosotros. Nos esperan besos y caricias enlazados en el arco iris del amor, el cariño y el afecto. Amaneceres radiantes donde lo bucólico tomará carta de naturaleza. Momentos mágicos inmersos en nuestras tradiciones más nobles. Hojas por estrenar en nuestra agenda cultural y sentimental. El dulce néctar del vino esperando ser liberado de su placentero sueño de barrica de roble. El placer del buen yantar en amistosa compañía. Manos inocentes prestas para que guiadas por las nuestras conozcan los vericuetos sentimentales de la Ciudad. Atrapar, en definitiva, cuanto de placentero tiene la vida que no es poco.
No hace falta que invoquemos al fantasma de la desdicha. Ese cabrón siempre aparece cuando menos se le espera y, además, nos hace participe del arrastre de sus cadenas de pena y desosiego. No seamos pues masoquistas invocando a las nubes negras cuando todavía respiramos bajo el cielo azul de lo efímeramente hermoso. El optimismo y las ganas de vivir por bandera y esperando que sea verdad aquello de:
Nadie hable mal del día
hasta que la noche llegue;
yo he visto mañanas tristes
tener las tardes alegres.
Vivimos tiempos enormemente compulsivos y los acontecimientos se suceden a una velocidad de vértigo. No hay posibilidades ni tan siquiera para el noble ejercicio de la reflexión. Todo tiene fecha de caducidad incluyendo los sentimientos que ennoblecen al ser humano. Pero, no nos engañemos, depende de nosotros el bajarnos de esta enloquecida noria y, buscar en el “Jardín de las Delicias”, las raíces de nuestros principios. Los mismos que un aciago día enterramos en aras de una dudosa adecuación a los tiempos presente y, bien pronto descubrimos, que sin ellos éramos frágiles barquitas a la deriva. Nos dijeron –y los creímos- que había que “renovarse o morir” y, después de la renovación, no nos conoce ni la madre que nos parió. Huimos como posesos de nuestros pueblos y ciudades en puentes y vacaciones buscando la felicidad y, alejándonos por unos días de nuestra cotidianidad. Craso error. ¿No sería más factible intentar arreglar nuestro hábitat natural de convivencia diaria? Parece ser que no. Mejor nos “escapamos” y, por ende, trasladamos a tierra de nadie nuestro malestar ciudadano. Como la escapada siempre es masiva seguimos sin poder encontrar al individuo que anida en nuestro interior. Nadie nos dará duros a tres pesetas (si acaso que nos lo pregunten a los béticos). Nuestros problemas son intransferibles y en nosotros siempre estará la posibilidad de solucionarlos. No podemos tener siempre la vista puesta hacia el cielo esperando que caiga el maná prometido, mientras unos desaprensivos te meten la mano en la cartera.
Sin complejos y sin miedo vamos a por ellos, que son menos y siempre están distraídos contando su –nuestro- dinero. Que los Magos de Oriente sean generosos con vosotros y, lo más importante, que sepamos captar el mensaje de amor y fraternidad que portan con ellos. Todo en homenaje y consideración a quien un día será llamado por los siglos: Rey de reyes.
No hace falta que invoquemos al fantasma de la desdicha. Ese cabrón siempre aparece cuando menos se le espera y, además, nos hace participe del arrastre de sus cadenas de pena y desosiego. No seamos pues masoquistas invocando a las nubes negras cuando todavía respiramos bajo el cielo azul de lo efímeramente hermoso. El optimismo y las ganas de vivir por bandera y esperando que sea verdad aquello de:
Nadie hable mal del día
hasta que la noche llegue;
yo he visto mañanas tristes
tener las tardes alegres.
Vivimos tiempos enormemente compulsivos y los acontecimientos se suceden a una velocidad de vértigo. No hay posibilidades ni tan siquiera para el noble ejercicio de la reflexión. Todo tiene fecha de caducidad incluyendo los sentimientos que ennoblecen al ser humano. Pero, no nos engañemos, depende de nosotros el bajarnos de esta enloquecida noria y, buscar en el “Jardín de las Delicias”, las raíces de nuestros principios. Los mismos que un aciago día enterramos en aras de una dudosa adecuación a los tiempos presente y, bien pronto descubrimos, que sin ellos éramos frágiles barquitas a la deriva. Nos dijeron –y los creímos- que había que “renovarse o morir” y, después de la renovación, no nos conoce ni la madre que nos parió. Huimos como posesos de nuestros pueblos y ciudades en puentes y vacaciones buscando la felicidad y, alejándonos por unos días de nuestra cotidianidad. Craso error. ¿No sería más factible intentar arreglar nuestro hábitat natural de convivencia diaria? Parece ser que no. Mejor nos “escapamos” y, por ende, trasladamos a tierra de nadie nuestro malestar ciudadano. Como la escapada siempre es masiva seguimos sin poder encontrar al individuo que anida en nuestro interior. Nadie nos dará duros a tres pesetas (si acaso que nos lo pregunten a los béticos). Nuestros problemas son intransferibles y en nosotros siempre estará la posibilidad de solucionarlos. No podemos tener siempre la vista puesta hacia el cielo esperando que caiga el maná prometido, mientras unos desaprensivos te meten la mano en la cartera.
Sin complejos y sin miedo vamos a por ellos, que son menos y siempre están distraídos contando su –nuestro- dinero. Que los Magos de Oriente sean generosos con vosotros y, lo más importante, que sepamos captar el mensaje de amor y fraternidad que portan con ellos. Todo en homenaje y consideración a quien un día será llamado por los siglos: Rey de reyes.
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