domingo, 7 de octubre de 2012

Vendedores ambulantes




Cambian los tiempos con sus modismos y costumbres e invariablemente nos hacen cambiar a nosotros. La Sevilla no ya de principios del siglo XX sino de los años sesenta era radicalmente distinta a la actual. El Centro de la Ciudad donde pasé mi infancia y juventud estaba llena de vendedores ambulantes (recorrían las calles portando su mercancía y pregonándola de puerta en puerta). Panaderos portando su pan –el nuestro de cada día- en carrillos traídos expresamente de Alcalá de los ídem. Borricos con sus hangarillas laterales llevando melones o búcaros y cántaros de Lebrija. Toda una cohorte de vendedores, diteros o lañadores de palanganas y paraguas (amén del inevitable afilaor de cuchillos y tijeras) formando parte de nuestras vidas y nuestro entorno urbano. Hoy los únicos vendedores ambulantes existentes –que por cierto son legión- están establecidos en los mercadillos para que, a módicos precios, saciemos nuestra fiebre consumista. Heredé de mi madre una memoria fotográfica la cual me permite recordar con nitidez secuencias de la vida cotidiana de mi niñez. Recuerdo especialmente a un ilustre vecino de mi “Corral” al que todos conocíamos como “Rafael el de los camarones”. Era un hombre reservado, bondadoso y con una educación realmente exquisita. Hermano del famoso “Vicente el del canasto”, salía cada tarde con su inmaculada chaqueta blanca y portando su canastillo de mimbre cargado hasta los topes de fresco marisco. Gambas, camarones, cangrejos y mojama (esta última, parece ser que entonces con poca aceptación, nos la regalaba a los chiquillos a la vuelta de su particular “Ruta del marisco”) eran los componentes de su costera mercancía. Todo cubierto con un paño, tan blanco como su chaqueta, previamente humedecido. El ajetreo de las calles de entonces era tremendo y, exceptuando las horas centrales de la madrugada, poco proclives al silencio y el sosiego. En aquellos tiempos faltaba comida y sobraba vida. En los actuales, al paso que vamos, nos terminarán faltando las dos cosas. No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni tampoco es de recibo hacer apología de situaciones –como las de antaño- de enormes carencias. La vida de los “Corrales de vecinos” era de una dureza extrema pero también cargada de una gran dosis de solidaridad. Este Toma de Horas ha surgido después de escuchar en youtube a Elvis Presley cantando “Crawfish” (Cangrejo) de la película “King Creole”. El origen de la mayoría de los Toma de Horas son imprevisibles y creo, sinceramente, que son ellos los que me buscan a mí. Los vendedores ambulantes se fueron difuminando poco a poco de nuestras vidas y se quedaron anclados en una Sevilla de hambruna combatida con panes compartidos. Todos los caminos nos llevan a Roma y todos los senderos al paraíso perdido de la infancia.

1 comentario:

Esperanza Jiménez dijo...

Es verdad, yo también recuerdo esos tiempos en mi barrio, Triana, los sonidos del afilador, las tardes en que esperábamos al del rico coqui, que venía con una inmaculada chaqueta blanca, por supuesto el paragüero, el de la lana... También recuerdo como si lo estuviese viendo ahora mismo, el corral llamado de "Los Sargueros", donde vivieron mis abuelos, mis padres, tías y donde nació mi hermano. Iba todos los domingos con mis padres a visitar a la familia. Tienes razón, todos los senderos nos llevan al paraíso perdido de la infancia.