viernes, 6 de septiembre de 2013

Caracoleando



El Cante Flamenco se nutre de la tierra andaluza y se esparce como motas de polvo de estrellas por todos los confines del mundo. Nació, como toda música, al reclamo de la Madre Naturaleza. Tomó forma saliendo al conjuro y rescate del alma de los humanos envuelto en gozos y penas. Música que susurra mientras peina con su murmullo a las espigas doradas de los luminosos atardeceres. Silbando entre los olivos en noches invernales con el eco lejano del aullido del lobo. Cuando en los amaneceres aljarafeños las gotas de rocío caen lentamente sobre una tierra con su luz recién estrenada. Con las campanillas de los conventos de clausura convocando a las monjas para la misa de maitines. En el eco pueblerino del redoble de campanas que despiertan el dulce sueño de las cigüeñas. Con el lento y pertinaz golpeo del martillo sobre el yunque de una fragua gitana. En el bamboleo de una sabana de Holanda tendida al reluciente sol del mediodía. En el monocorde tic-tac de un reloj de pared cansado de vegetar por los salones de casa señoriales andaluzas. Cante de luz y sombra. De gozo y pena. De amor y desamor. De muelles sin barcos y de barcos sin muelles. De madres añoradas y amantes deseadas unidas por la soga del pozo de la pena amarga. De noches interminables de vino y quejío que arañan las paredes del alma. En eso estábamos cuando por la Alameda sevillana los duendes frotaron la lámpara del Arte Jondo y nació el Genio. Vino al mundo en el “Corral de los Chicharos” de la calle Lumbreras y Sevilla le echó el agua que habían traído expresamente de Cádiz y Jerez. Le pusieron en la pila bautismal Manuel y le añadieron Ortega (¡que apellido con más Arte!) y también Juárez.  Su Padre era “Caracol el del bulto” y a él la Historia del Flamenco lo conocería eternamente por Manolo Caracol. Caracolero convicto y confeso me considero desarmado sentimentalmente ante su grandeza y “jondura” cantaora. Lo saludo cada mañana cuando paso por la Alameda camino de mis paseos mañaneros de sevillano jubilado. Nuestras autoridades quitaron su monumento del sitio original (Alameda cercano a calle Trajano) y lo han puesto junto a “La Niña de los Peines” y al gran torero “Chicuelo” como si fueran figuritas de un “Mueble Bar”. No saben ni tampoco tienen interés en aprender. Van a lo suyo y lo suyo pocas veces coincide con lo nuestro. El Cante de Manolo Caracol como mejor se explica es escuchándolo y, simultáneamente, dejándose atrapar por su inconmensurable Arte. Canta Caracol y todo el Cante Flamenco toma su verdadera dimensión de noches de luna llena y amaneceres luminosos.  Posiblemente no sea el mejor, ni tampoco el más “completo”, pero le basta y le sobra con un quejío para hacer volar nuestros sentimientos andaluces y flamencos. Mi padre, al que más de una vez vi llorar escuchándolo cantar, me lo aclaró en una ocasión con muy pocas palabras: “Es que este (Manolo Caracol) duele de verdad”.

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