miércoles, 16 de octubre de 2013

Con flores a María



El tiempo que al final siempre termina quitando y dando razones no hace más que confirmar que Sevilla es una ciudad profundamente mariana. Sevilla siempre ha sido, es y será lo que quieran sus mujeres. Todo queda reducido a un clavel doloroso y compasivo que germinó para siempre en San Lorenzo y a un ramillete de hermosas rosas repartidas por todos los confines de la Ciudad. Sevilla es intrínsicamente mariana porque se nos representó –y se nos representa- como una bella, bondadosa y sabia dama. El gran y recordado Silvio plasmó en una imperecedera canción a las vírgenes sevillanas. Sevilla toma rostro humano en la divina cara de la Macarena y se hace cuerpo en la esbelta figura de Manuela Carrasco. La Giralda no deja de ser una escultural mujer coronada en una veleta que, a pesar de llamarse “Giraldillo”, es también una fémina. Aquí siempre se escribe, se sueña, se piensa y se actúa en clave materna. En Sevilla los hombres, por encima de otras consideraciones, siempre somos nietos, hijos, hermanos, novios, esposos o amantes de las mujeres. Desde la niñez estiramos el brazo para que una mujer nos tome la mano.  Mi madre tenía tres irrenunciables advocaciones marianas: la Virgen de la Candelaria de la que fue vecina durante cincuenta años de su vida; la Virgen de los Reyes cuya devoción heredó de su suegra (mi abuela Teresa) y la Soledad de San Lorenzo.  Por razones obvias las dos primeras advocaciones eran de una lógica vivencial aplastante.  La tercera, la de la Soledad, siempre me causó extrañeza. Recuerdo que un día se lo pregunté y me contestó al sevillano modo: “Pues no ves lo solita que está la pobre”.  Ahí estaba la clave: compartir la soledad más dolorosa y austera. La orfandad del hombre se produce cuando pierde a su madre y la desolación más atroz va envuelta en la pena amarga de perder a un hijo.  El entorno familiar de mi niñez estaba lleno de mujeres inconmensurablemente buenas. Somos lo que somos gracias a ellas y a su tenacidad para convertirnos en hombres de bien. No es casualidad que a las monjas de clausura se les llame madres y/o hermanas. No existe mayor signo de respeto y afecto en la Ciudad. Una virgen en Sevilla no es solamente –que también- la Madre del Mesías. Simboliza igualmente un espejo donde mirarnos en clave materna. La Ciudad se nutre de lo mariano y se enreda amorosamente con lo materno. La literatura del Flamenco está llena de alusiones a las madres. Valga como ejemplo la letra de este Fandango: “Cuando se muere una mare / se rompen cuatro columnas / y cuando se muere un pare / no se rompe más que una / siendo cariños iguales”.  Siempre, eternamente siempre, con flores a María.

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