miércoles, 1 de enero de 2014

Unidos para siempre





La primera vez que te vi yo debía rondar los ocho o nueve años de edad.  Entré en tu Casa por primera vez acompañando a mi abuela Teresa y cuando aún todavía usaba pantalón corto. Debió ser el mismo año que mi tío Antonio me hizo socio del Betis para que supiera que los momentos de gozo son pocos pero muy placenteros. Primero te visitaba cada viernes con mi abuela y después, en no menos de treinta años, acompañando a mi santa madre. ¡Toda una vida!  Falté a mi cita semanal contigo durante unos años de ardores juveniles revolucionarios, donde los árboles del sectarismo me impedían ver el bosque de lo verdaderamente trascendente. Tú esas cosas nunca las tomaste en cuenta y sabes, según proceda, ser padre, hermano o amigo. Tú no necesitas perdonar. Tú eres el perdón personificado. Irradias dolor solidario y pena compartida para que nadie se sienta –o crea-  ser enteramente infeliz. Son ya muchos los años que llevas viviendo allí y gracias a tu Divina presencia donde moras se encuentra el alma sentimental de la Ciudad. Ahora, cuando ya la nieve de los años blanquea mi -aún abundante- pelo te visito cada día. Arrancó cada mañana en mis paseos matinales de jubilado dándote los “Buenos días”. Veo que cada cierto tiempo te cambian la indumentaria pero tu doliente rostro más que cambiar él consigue que cambiemos nosotros. Compruebo a muchas personas humildes que van a rezarte cada día y en la emoción que desprenden sus miradas está la clave de la Fe verdadera.  Por imperativos de la vida un día, espero que aún lejano, ya no podré visitarte.  Si mis amigos atienden mis últimos deseos lo que el fuego purificador haya dejado de mí descansará un día cerca de tu Divina presencia. Otros muchos vendrán a rogarte consuelo y Esperanza para el duro ejercicio de vivir. Los recibirás como siempre hiciste: mostrándonos el dolor en su vertiente más solidaria.  Con los años he llegado a la conclusión de que más que padre o hermano (que también lo eres) te configuras como el amigo insobornable que nunca nos abandonas. Ese al que podemos confiarnos sabiendo que estamos en las mejores manos posibles.  Imaginar esta Ciudad sin tu Divina presencia se me antoja una tarea hartamente complicada.  Dale al hombre agua para beber, pan para comer, un poema para soñar y un hombro amigo donde apoyarse y el camino de la vida será menos duro.  La cruz que se apoya sobre tu hombro está hecha con las astillas del cariño más verdadero. Hoy, uno de Enero del Año 2014, empieza un nuevo “Quinario del Señor de Sevilla”.  Hoy, ambos sabemos que estaremos unidos para siempre.

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